Semanas atrás, como consecuencia de los cincuenta años del golpe de estado de 1973, la teoría de los dos demonios volvió a ser materia de polémica. Fundamentalmente, porque la misma no se refiere a un objeto concreto, una porción definida de la realidad, a partir de la cual sea fácil elaborar un concepto. Se trata más bien de una apreciación que designa la tendencia de una parte de los analistas y a partir de ellos de sectores de la opinión pública, a caracterizar las dictaduras militares, tanto de Argentina como de Uruguay, como producto del enfrentamiento entre la guerrilla subversiva y las Fuerzas Armadas de las dos naciones. Con el resultado de equiparar ambas violencias y separar de ella a las respectivas poblaciones civiles por considerarlas ajenas a la ruptura institucional procurada por ambos contendientes.
Sin embargo, aproximarse a esta hipótesis, admite distintas interpretaciones, que fácilmente generan debate. Tiene su origen en la República Argentina, de donde fue importada al Uruguay y su utilización fue atribuida, con sentido crítico, no, a los protagonistas del enfrentamiento (guerrilla y F.A.), sino a todos quienes sostenían que los excesos subversivos y el terrorismo de estado eran polos antagónicos de un conflicto que no era suyo. Una equiparación en sus respectivas intervenciones que la izquierda negaba, empeñada en rebajar la responsabilidad de la guerrilla y que irónicamente nominó, para descalificarla, “teoría de los dos demonios.”
De hecho, pese a algunos vagos antecedentes, esta simetría fáctica en el involucramiento de ambas fuerzas habría sido, según el kirchnerismo, elaborada por Alfonsín y su gobierno -su política de amnistías estaría basado en ella-, buscando castigar penalmente a los dos colectivos o como luego sucedió con Menem, amnistiando a ambos. A su vez se habría retomada en el prólogo del informe de la CONADEP de 1984 (NUNCA MÁS), probablemente escrito por Ernesto Sábato. Una falsedad kirchnerista puesto que éste quiebra la equiparación cuando alega que: “las Fuerzas Armadas respondieron con un terrorismo infinitamente peor que el combatido, porque desde el 24 de marzo de 1976 contaron con la impunidad del Estado absoluto, secuestrando, torturando y asesinando a miles de seres humanos”.
En el Uruguay, según Carlos De Massi, la errónea teoría de los dos demonios, habría sido manejada por los partidos tradicionales y negada como explicación, por la mayor parte de la izquierda. En atención, se aduce, a su diferente intensidad represiva. Al respecto no existe duda, como bien sostiene el “Nunca Más”, que ambas violencias no son equiparables. Por más que no sea esa la única deducción que puede extraerse de la hipótesis demoníaca. Parece muy probable que, sin la irrupción de la guerrilla en los sesenta, el golpe de 1973 no habría tenido lugar. En ese sentido la subversión habría operado como una concausa necesaria del quiebre institucional, un dato de la realidad también inferible de la “teoría”. Esto, aun cuando se trate de una afirmación difícilmente verificable, la tradición democrática del país y la anterior de sus Fuerzas Armadas parecen otorgarle razonabilidad. En este sentido la responsabilidad histórica del MLN en el avenimiento de la dictadura uruguaya resulta indudable.