Resulta sorprendente el eco que están teniendo en nuestro país los acontecimientos de la política en Argentina. La sorpresa tiene gancho (por un momento). Milei llama la atención por su extravagancia, la Argentina llama la atención por su corrupción. Los avatares político-electorales de la República hermana tienen su escenario en las aguas del Mediterráneo más que en las orillas del Riachuelo.
Días pasados tuvo lugar en la Argentina el primer debate televisivo entre los precandidatos. Durán Barba, un conocido experto en campañas electorales, sostiene que esos debates no sirven para mucho. Ningún desempeño brillante en los debates arrima votos porque los debates se encaran con ánimo deportivo: los colores partidarios ya están elegidos y se concurre a presenciar el desempeño del candidato ya preferido. Si su desempeño es pobre el hincha (votante, en el caso) se amarga, putea, pero no elige otro.
La estructura de los debates de precandidatos (los que están teniendo lugar en Argentina y pronto van a tener lugar acá) tienen, como digo, una característica que podríamos llamar deportiva. La actuación de los participantes (candidatos) no va dirigida a profundizar en los problemas del país sino a ganarle la discusión al otro participante.
No existe ninguna evidencia respecto a que la forma de debate sea mejor que la exposición monologal para dar a conocer la posición del candidato y, por tanto, aportarle al votante la información necesaria para decidir su voto. Sin embargo en todos lados se celebran debates preelectorales.
La leyenda dice que J. Kennedy ganó su Presidencia porque le ganó el debate televisivo a Richard Nixon. ¿Quién puede probarlo? Jair Bolsonaro, siendo un candidato relativamente desconocido, se rehusó de plano a participar en ninguno de los debates televisivos con los otros candidatos… y ganó las elecciones.
Acá en nuestro país la proximidad de las elecciones lleva a imaginar y anticipar los debates televisivos entre candidatos, que seguramente habrá. La destreza en la oratoria y la soltura ante las cámaras son cualidades diferentes a las que se precisan para gobernar… pero todos los candidatos ya se están maquillando y eligiendo el color de la corbata.
Los debates en la televisión son un componente esencial de la gran zafra quinquenal de los medios masivos de comunicación. El dinamismo, la energía, el motor que los promueve no debe buscarse en los partidos políticos o en los candidatos sino en las empresas de comunicación.
Reconocido como un hecho la escasa influencia de los debates para modificar la dirección del voto ellos encierran, además, algunos riesgos; por ejemplo la tentación a la simulación o la usurpación de identidad. Podría dar algún ejemplo cercano y reciente.
En la víspera del debate los candidatos son “coucheados” por toda suerte de asesores de imagen. Resultado: daño a la autenticidad (que es lo único que realmente incide, para bien o para mal, por su ausencia o por su presencia, en la decisión del votante).