Lo que Biden pensó en voz alta

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Joe Biden pensó en voz alta y quedaron expuestas dos visiones en el frente occidental que generó la invasión de Ucrania.

En Varsovia, el presidente de Estados Unidos dejó de lado su discurso escrito al decir que Vladimir Putin “no puede permanecer en el poder”. Salió a corregirlo su propio secretario de Estado, Anthony Blinken, afirmando que no hay un plan de Washington para “cambiar de régimen en Rusia”. Pero lo más revelador fue que al jefe de la Casa Blanca lo cruzara el presidente francés. Emmanuel Macron dejó a la vista una diferencia clave entre Europa y Estados Unidos: “los que vivimos junto a Rusia somos los europeos”.

Por cierto, la obviedad geográfica señalada por el mandatario galo no defiende a Putin, sino que señala el peligro de vivir “junto” al gigante que está bajo su liderazgo. Precisamente, que vivir junto a la Rusia de Putin sea un peligro, prueba que lo dicho por Biden no fue descabellado. Seguramente, la mayoría de los líderes europeos piensan que la solución sería la caída del hombre fuerte de Rusia. No obstante, decirlo públicamente es inapropiado porque implica incitar al derrocamiento o al magnicidio.

Biden pensó en voz alta y dijo lo que sus socios europeos también piensan, pero callan. Sin embargo, la diferencia entre la incontinencia del jefe de la Casa Blanca y la contención de sus socios no está en que Estados Unidos queda del otro lado del Océano y Europa está junto a Rusia. La diferencia radica en el orden de prioridades que tienen, respectivamente, Washington y Bruselas.

La prioridad en el accionar de Francia que reflejan los esfuerzos de Macron hablando permanentemente con el jefe del Kremlin, es que cese la guerra de Ucrania. En cambio, la prioridad de la Casa Blanca y, probablemente, también del 10 de Downing Street, es el fin de la era Putin.

Para la Unión Europea, que se esté desarrollando semejante conflicto en el centro de Europa representa un peligro inmensamente mayor al que representaron las guerras de desintegración de Yugoslavia. Ni cuando Franjo Tudjman envió el ejército croata a combatir a los separatistas serbios en Krajina, ni cuando Karadzic y el general Mladic intentaron crear un Estado serbo-bosnio en la mitad de Bosnia Herzegovina, ni cuando Milosevic lanzó la limpieza étnica en Kosovo hasta que lo bombardeó la OTAN, hubo un riesgo tan grande de europeización de un conflicto con potencial desencadenamiento de choque nuclear.

A Ucrania le conviene la posición europea por la prioridad que otorga a detener la guerra cuanto antes, pero sabe que lo mejor para su futuro es que el hombre que ordenó la invasión y que está destruyendo vidas y ciudades ucranianas deje de imperar sobre Rusia.

En ese punto, Ucrania desea lo mismo que Biden expresó en voz alta, pero no aprueba que la prioridad de Washington no sea (probablemente nunca lo fue) la vida de los ucranianos.

Si la prioridad es la caída de Putin, entonces había que dejar que la invasión se lleve a cabo para poder aplicar las sanciones económicas y las medidas de aislamiento que debiliten a Rusia hasta que caiga su belicoso autócrata.

En esta perspectiva, la destrucción de Ucrania y la catástrofe humanitaria que está perpetrando el ejército invasor no sólo no contraría la prioridad establecida por el Pentágono, sino que resulta funcional a ella.

En esta hipótesis, Washington no es culpable por omisión de la tragedia que viven los ucranianos. El culpable está en el despacho principal del Kremlin, desactivando las conspiraciones para derrocarlo o para asesinarlo que las sanciones económicas occidentales procuran multiplicar.

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