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Urgencias del espíritu

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LEONARDO GUZMÁN
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El sábado, el Dr. Ignacio de Posadas hizo 19 prolijas citas de un libro de Durán Barba, “La Política en el siglo XXI”. 

El exgurú de Macri dice que hoy la información es incontrolable, que los discursos no se oyen ni se entienden, que las opiniones son fugaces y que “es probablemente falso… que los votantes se decidan por argumentos racionales”. Semejante apuesta a la sinrazón podría llamarse Oda al Relativismo o al Cinismo.

El distinguido columnista anota con dolor que “la realidad que describe es muy cierta”. Reacciona como corresponde: sostiene que “a la enorme fugacidad y superficialidad que señala Durán Barba, hay que oponerle sustancia”. Entiende que Occidente demoró en reconocer su pérdida de los valores básicos y hoy “no sabe dónde buscarlos” porque los extravió cuando la cultura “abandonó la fe en Dios”. Y concluye exhortando a que “nos pongamos a buscar los valores donde ellos están”.

El planteo merece recibirse no solo como una cuestión de conciencia del autor. El tema es de fondo. Hay una gran corriente religiosa y filosófica -no solo católica- que asienta los valores en los Mandamientos y por tanto en Dios. Pero todos sabemos que para ateos, agnósticos y deístas sin iglesia, los valores surgen desde la Naturaleza, por conversión del apego instintivo en principio abstracto moralmente exigible. Por lo cual, junto con ir a buscar los valores en la fe, si queremos ser universales debemos procurarlos también en la reflexión y en la filosofía, que no necesita ser erudita para hacerse verdadera y honda.

Poniendo énfasis en mensajes nobles y combatiendo los disparates de moda, hace falta cimentar de nuevo los valores no solo desde la fe, puesto que son de orden público espiritual y debemos contar con la sed y el impulso de ateos, agnósticos y una legión de solitarios que juntan como pueden destellos del Misterio. Unos enclavarán su idealidad en la fe religiosa, otros en la fe filosófica, otros en la transformación social, pero todos debemos oírnos recíprocamente para ensanchar el espíritu construyendo grandes coincidencias.

El coronavirus nos tironea desde los dos infinitos que hace casi cuatro siglos iluminaron la mística de Pascal: lo grande y lo pequeño nos llama y nos limita a la vez. Rodeado de atrocidades, el Uruguay 2020 se singulariza por responder a la tragedia planetaria con disciplina y respeto, sin el liberticidio de la cuarentena kirchno-peronista.

Pero llegamos con una pesada carga: tras haber desfilado todos los partidos por el gobierno, por encima de izquierda y derecha se nos instaló un materialismo -ni siquiera filosófico: ramplón- que nos achata las esperanzas por falta de vibración valorativa y por ausencia de ideales.

Recordemos: desde los años 70 del siglo XIX -hace 150 años-, se enfrentaron en nuestras calles el espiritualismo católico, el espiritualismo liberal o laico y el materialismo determinista. Discutían doctrina. No disputaban el gobierno; y sin embargo, esos debates, abiertos y honorables, moldearon el pensamiento que fructificó en la República desde 1904 y que nos forjó la primera mitad del siglo XX.

¿No es hora entonces de dejar atrás el mutismo espiritual en que cayó el liberalismo laico y retomar las profundidades que nos infundieron grandeza cuando nos erguíamos sobre convicciones, en vez de contentarnos con llenar formularios huecos y embocar en la “múltiple opción”?

Preguntarlo es contestarlo.

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