Hoy se está votando en el Uruguay. En los 19 departamentos está decidiéndose el gobierno departamental: los intendentes, los ediles, los alcaldes. Este es el último paso de un largo ciclo electoral que se tramita en escalones sucesivos, desde las elecciones internas de los Partidos hasta estas elecciones departamentales.
Los comentaristas políticos y los periodistas especializados han coincidido en un diagnóstico: el interés de la población por este último paso del ciclo electoral ha sido más bien tibio: hay poco interés, la gente está un poco cansada de la propaganda política que viene atronando hace demasiados meses. Esta es una opinión netamente montevideana: en el interior es diferente.
Las diferencias son varias. Una es que en los departamentos del interior los resultados electorales son generalmente más inciertos: las carreras que tienen un resultado abierto y en disputa despiertan más interés. Analizando las cosas con mayor atención se aprecian otras variantes.
En Montevideo se da una situación particular: existe desde hace treinta y pico de años un núcleo de la población capitalina que no elige nada para su ciudad o departamento; elige -reelige todas las veces- una definición personal, una identidad política. Lo explicó Sendic cuando, en un rapto de sinceridad involuntaria, les dijo a los frenteamplistas montevideanos (o a los montevideanos frentistas) que estaban inquietos por los posibles candidatos o candidatas a Intendente: les dijo que no se preocupasen tanto por quién resultaría designado candidato porque “aunque pongamos un ropero o una heladera sale igual”. Él tenía claro que los frenteamplistas de Montevideo no solo votan lo que les sea propuesto por la dirigencia -sea lo que sea- sino que no votan por la Intendencia de Montevideo sino una identidad. Por esa misma razón añoran Cuba y no pueden terminar de decir que en Venezuela hay una dictadura.
Más allá de lo que estas elecciones van a servir en orden a determinar los gobiernos departamentales también van a servir -deberían servir- para madurar la instalación definitiva de una práctica de concurrencia electoral bajo el lema Coalición Republicana.
Este es un asunto que debe inscribirse en la reflexión de las máximas autoridades partidarias del Partido Nacional y del Partido Colorado; debe consolidarse en un discurso político serio, asentando una conducta que no lesione las identidades partidarias mientras apunta a una eficacia electoral obvia y necesaria. Se trata de un cambio -de hábitos y de mentalidad- muy grande respecto al pasado tradicional pero muy necesario en atención a que las cosas -la realidad política- ya no es como en el pasado. El primer paso ya se ha dado en tres departamentos, Montevideo, Canelones y Salto, pero está lejos de darse en muchas cabezas.
Este cambio no solo afectará al elector sino también al ejercicio del gobierno en los casos en que este haya sido conquistado por este medio o según esta lógica. Hay que ir creando conciencia de ese cambio.