Las embajadas en la mira

Con su origen en las relaciones establecidas entre las polis griegas y los antiguos reinos de la India, la diplomacia, menoscabada posteriormente por los imperios de Roma y Bizancio, resurgió en la Europa del Renacimiento y adquirió los rasgos que la proyectaron hacia el futuro. Desde entonces, los embajadores fueron intocables y las sedes diplomáticas recintos inviolables, reservando para los casos de justificadas sospechas sobre conspiraciones urdidas en embajadas las acciones legales correspondientes, pero nunca el ataque o el asedio a sus edificios. Y tal consideración quedó blindada en el derecho internacional por la Convención de Viena firmada en 1961, con la confirmación de las sedes diplomáticas como territorios de los países representados.

Por cierto, la historia contemporánea exhibe muchas violaciones a tal disposición. En 1981, Fidel Castro lanzó efectivos militares contra los treinta disidentes que ingresaron por la fuerza en la embajada de Ecuador en La Habana. Justificó ese accionar diciendo que los asaltantes fueron los disidentes y que habían tomado de rehén al embajador. Pero el entonces presidente ecuatoriano, Jaime Roldós, lo desmintió y denunció la grave violación a su embajada en Cuba.

El ayatola Jomeini no usó la policía ni el ejército en 1979, pero asaltó y ocupó la embajada norteamericana en Teherán a través de turbas de fanáticos que convirtieron en rehenes al personal diplomático.

Estados Unidos invadió Panamá para capturar al general Manuel Noriega y aunque los marines de la Fuerza Delta no ingresaron a la Nunciatura Apostólica donde se había asilado, la atacaron con parlantes gigantescos hasta que el nuncio, aturdido hasta la crisis de nervios, prácticamente sacó a empujones al dictador de la embajada vaticana.

La lista de estropicios diplomáticos sigue, y ahora, en un puñado de días y dos rincones diferentes del mundo, se agregaron dos: el asalto a la embajada mexicana en Quito y el bombardeo a la embajada iraní en Damasco.

El presidente de Ecuador mandó a la policía a derribar puertas y saltar muros para sacar del cogote a Jorge Glas, el ex vicepresidente que llevaba meses en la sede diplomática de México, gestionado un asilo político que recién recibió horas antes del asalto.

El lado oscuro de Jorge Glas, que por cierto es denso y viscoso, no justifica que Daniel Noboa ordenara invadir territorio mexicano entrando a su embajada. Lo que justifica es que México haya roto relaciones con Ecuador, en una de las peores crisis binacionales ocurridas en la región.

La crisis comenzó con una injerencia descarada y absurda del presidente mexicano. Andrés Manuel López Obrador (AMLO) dijo una barbaridad que implicas una gravísima acusación contra Noboa, quien respondió con una acción irresponsable y peligrosa: el asalto policial a la embajada para capturar al ex vicepresidente de Rafael Correa y de Lenin Moreno.

El imperdonable exabrupto de AMLO fue señalar la llegada al poder de Noboa como consecuencia del asesinato del candidato Fernando Villavicencio. Como uniendo piezas de un rompecabezas delirante, el presidente de México dijo que Villavicencio acusaba a los gobiernos del ex presidente Rafael Correa de vínculos con bandas narcos, lo que impactó negativamente en la campaña de Luisa González, la candidata del correísmo.

Según AMLO, el magnicidio de ese paladín de la lucha contra el narcotráfico y la corrupción fue lo que dinamitó la carrera de Luisa González hacia el Palacio de Carondelet, permitiendo el triunfo de Noboa. Razonamiento rebuscado y malicioso que, de hecho, insinúa una acusación tan grave como improbable.

Los países que, con buen criterio, están condenando la acción de Noboa, deberían también cuestionar el asilo concedido por AMLO a un condenado por corrupción. Pero nada justifica la invasión a la embajada, una violación de la Convención de Viena que establece la inviolabilidad de las sedes diplomáticas.

Seguramente, los altos oficiales iraníes que estaban en la embajada de Irán en Siria, planificaban el accionar de Hizbolá contra Israel o de las milicias pro-iraníes sirias contra las fuerzas israelíes en las Alturas de Golán, pero eso no justifica el bombardeo contra la sede diplomática en Damasco.

Tampoco es aplicable el ojo por ojo, por lo que el ataque iraní a través de Hezbolá a la embajada israelí en Buenos Aires, en 1992, no sirve como justificación de este atentado.

Lo ocurrido en Ecuador y en Siria siente nuevos precedentes terriblemente negativos. Nicolás Maduro podría asaltar la embajada argentina en Caracas para atrapar a los disidentes que están allí desde hace semanas. Los cortes de agua y de luz que ya hizo el régimen contra la sede diplomática fueron también ataques contrarios a la Convención de Viena y muestras de lo que puede llegar a hacer Maduro contra los disidentes y los países que los acogen. También Daniel Ortega y tantos otros autócratas violentos se tentarían con asaltar o bombardear embajadas después de los precedentes sentados por Noboa y Netanyahu.

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