El liberalismo es una doctrina filosófica y política que sostiene la libertad individual y la autonomía moral de la persona frente a toda forma de autoridad.
Es también la confianza en los efectos felices de la libertad. Una confianza que nace de la evidencia, ya que los países más libres son los más prósperos y donde mejor se desarrollan las artes y las ciencias.
Me resulta difícil de entender a quienes dicen “Soy liberal en lo económico, pero no en lo moral” o viceversa, porque justifican coartar la libertad de los demás en beneficio de algo abstracto como una religión o lo que entienden como el bien de toda la sociedad.
La libertad no es una idea abstracta sino algo práctico, cotidiano y necesario como el pan. Nadie puede saber mejor que cada persona lo que a ella misma le conviene. Sin embargo, existen grupos que le temen a la libertad o desean limitarla. Carlos Vaz Ferreira lo dice muy bien:
“Hay dos clases de almas: almas liberales y almas tutoriales: almas cuyo ideal instintivo es la libertad (entendamos, propia y ajena) y almas que tienen un ideal de tutela, y por consiguiente de autoridad: que por una parte necesitan la tutela, y por otra parte desean imponerla.”
Esa sustitución de la libertad individual concreta por ideas abstractas puede darse desde dos ángulos, o como comúnmente se entiende, por izquierda o por derecha.
El socialismo se opone al liberalismo al creer que existe una autoridad mayor al individuo como ser la sociedad, el gobierno, un partido político. una clase social o un colectivo.
Los socialistas no confían en el libre mercado y piensan que una planificación central es preferible para asignar los recursos. Hay gobiernos socialistas democráticamente electos que tienen una fuerte intervención estatal en la economía, pero respetan libertades esenciales como la de expresión, movilidad o disenso.
Otros elevan esa idea abstracta por encima de los individuos, asfixiando a sus ciudadanos y convirtiendo su país en una cárcel donde los disidentes pueden merecer la muerte. Un ejemplo de este extremo sería Corea del Norte.
Por otra parte, existe la oposición a la libertad de quienes consideran que un ser sobrenatural o un sistema moral rígido prevalece sobre los actos de cada individuo, pretendiendo que una actitud que se oponga a sus creencias debe castigarse como un delito, aunque no provoque ningún daño a terceros. Por supuesto que cada uno es libre de actuar de acuerdo a sus creencias, pero no de obligar a los demás que no las comparten a actuar en base a ideas metafísicas como “la naturaleza”, “la biología”, “Dios”, “el orden”, o las enseñanzas de un libro sagrado o de un venerado maestro.
En ese aspecto, el ejemplo más extremo es el fundamentalismo islámico.
Immanuel Kant es el gran filósofo del liberalismo. Las ideas liberales de Locke y Smith son políticas y económicas, pero arrancan de presupuestos filosóficos que Kant elaboró. En su ensayo ¿Qué es la Ilustración?, escribe:
“Un gobernante que reconoce como un deber no prescribir nada los hombres en materia de religión y que rechaza, por consiguiente, hasta ese pretencioso sustantivo de tolerancia, es un gobernante ilustrado y merece que el mundo y la posteridad, agradecidos, le encomien como aquel que rompió las ligaduras de la tutela y dejó en libertad a cada uno para que se sirviera de su propia razón en las cuestiones que atañen a su conciencia.”
Me encanta eso de que rechaza “hasta ese pretencioso sustantivo de tolerancia”.
En efecto, quien le dice a otro que lo tolera está siendo condescendiente, se está ubicando algunos escalones arriba del tolerado. A nadie le gusta ser tolerado sino más bien respetado.
Kant fue capaz de separar sus creencias religiosas de la razón pura, sin renunciar a ninguna de ellas.
Descartes no logró separar a la divinidad en sus argumentos. Kant sí.
Nuestro país tiene una tradición liberal desde antes de llamarse Uruguay, muy diferente de las de nuestros vecinos latinoamericanos.
En 1813, Artigas dio instrucciones a los diputados orientales que irían a la Asamblea Constituyente de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Una de ellas, la instrucción número 3, es la más notable ya que los delegados de otras provincias como Buenos Aires, Mendoza, Alto Perú, etc. no tenían un mandato ni parecido al de Artigas:
“Se promoverá la libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable”,
Pensar que algunas libertades pueden ser restringidas y otras no, sería entonces una falta de imaginación.