Seguramente, en algún aposento del Kremlin, Vladimir Putin descorchó un champán para festejar el estropicio político en Italia.
Fue una carambola: cayó un primer ministro que lo detesta y trabaja para fortalecer las sanciones económicas a Rusia, produciendo el adelantamiento de comicios en los que a la mayor chance de conquistar el gobierno la tienen tres derechistas que lo admiran y comparten con él ideas conservadoras y antiliberales.
Entre las dirigencias europeas, los que celebran la caída de Mario Draghi son gobernantes como el húngaro Víktor Orban y dirigentes de extrema derecha como el español Santiago Abascal y la francesa Marine Le Pen. Por cierto, celebraron con disimulo porque el primer ministro caído está bien visto desde que probó su capacidad presidiendo el Banco Central Europeo durante una década plagada de turbulencias financieras.
Festejar la caída de un economista prestigioso que, además, estaba manejando bien el gobierno técnico que le encargaron hace un año y medio, pondría en evidencia la calaña moral y los ideologismos de los festejantes. Pero es seguro que los ultraconservadores se alegraron por la caída de Mario Draghi, dejando a Italia al alcance de tres derechistas que se identifican más con la autocracia rusa que con la democracia liberal y atlantista de Europa.
Aprovechando la ocasión que implicó un voto de confianza, un personaje opaco estiró la pierna para hacer tropezar al primer ministro. Y cuando trastabillaba, una dirigente neofascista convenció a dos oportunistas la conveniencia de darle el empujón final.
Giuseppe Conte fue el gris personaje que hizo la zancadilla a Draghi. Y Giorgia Meloni convenció a Matteo Salvini y a Silvio Berlusconi de que le dieran el empujón final. El ex primer ministro actuó impulsado por el resentimiento que le causó haber perdido el cargo, cuando Mateo Renzi propuso un gobierno técnico en manos de un economista con capacidad y prestigio, como Draghi.
Cuando el presidente Mattarella y un audible clamor social y también europeo pedían que continuara gobernando, Salvini y Berlusconi aceptaron dar el tiro de gracia porque Giorgia Meloni los convenció de que, en comicios anticipados, sus tres partidos podrán formar un gobierno de derecha.
Las encuestas muestran que, si se anticipan las urnas, el partido neofascista Fratelli d’Italia que lidera Meloni puede ser el más votado con un 22 o 23 por ciento, que sumados al quince y pico que sacaría la Liga de Salvini más lo que pueda obtener Forza Italia, de Berlusconi, será la derecha la que forme el próximo gobierno.
Si acertaron en los cálculos porque el centro y la centroizquierda no logran acordar un frente común, la elección de finales de setiembre engendrará un gobierno integrado por amigos y admiradores de Vladimir Putin.
En ese caso, por primera vez una mujer gobernará Italia, lo que sería una gran noticia si no se tratara de una admiradora de Benito Mussolini que se identifica con la autocracia conservadora y militarista del líder ruso.
Desde la caída del fascismo, la figura proveniente del Movimiento Social Italiano (MSI) fundado en 1946 por los discípulos irredentos del “duce”, que más alto había llegado en el poder, fue Gianfranco Fini, quien presidió la Cámara de Diputados y el Ministerio de Relaciones Exteriores en la primera década de este siglo. Pero a esa altura ya había roto con Alessandra Mussolini (la nieta del fundador del fascismo), se había alejado del MSI y había dado un giro ideológico hacia la centroderecha liberal.
En cambio Giorgia Meloni y sus Hermanos de Italia mantienen la esencia del MSI. Se identifican con el partido español y neo-franquista VOX, además de pensar, como Matteo Salvini, que Italia debe alejarse del atlantismo para estrechar lazos con la Rusia que moldea el actual jefe del Kremlin.
Si Giorgia Meloni llega al poder con Salvini y Berlusconi, el giro que dará Italia va a ser abrupto. Mario Draghi había alineado a Roma con la Europa atlantista que resiste el plan de Putin, consistente en obligarla a reemplazar la OTAN por una alianza de seguridad con la potencia militar que le provee gas y petróleo: Rusia.
El caos era la regla en la Italia de la segunda mitad del siglo XX. No sorprendían los cambios de primer ministro. Por el gobierno desfilaban figuras como Giovanni Leone, Aldo Moro, Giulio Andreotti, Francesco Cossiga, Giovanni Spadolini, Amintore Fanfani y Bettino Craxi, entre tantos otros. Pero nunca había llegado al Palacio Chigi un exponente del fascismo reciclado.
Esa posibilidad ahora existe. Y también existe la posibilidad de que Roma se aleje de Bruselas para acercarse a Moscú. Por eso, cuando cayó un primer ministro prestigioso que denunciaba la invasión de Ucrania y estaba gobernando bien, alguien descorchó champán en algún aposento del Kremlin.