La razón y el momento

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claudio fantini
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La razón y el momento pueden marchar a contramano. La razón del viaje de Nancy Pelosi a Taiwán es vigorosa, pero el momento que eligió para concretarlo no es el más indicado, sino todo lo contrario.

La presidenta de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos actuó con la mejor motivación, pero en el peor momento.

El gobierno chino la acusó de transgredir las reglas acordadas sobre la cuestión Taiwán. Es cierto que en esas reglas figura que los funcionarios de alto rango del Estado norteamericano no deben realizar visitas oficiales a la isla, porque implicaría conferirle el estatus de país independiente. Pero en modo alguno es cierto que haya sido la jefa de los diputados demócratas quien violó primero el espíritu de los acuerdos existentes entre Washington y Pekín.

El primero en violentar esas reglas implícitas y explícitas establecidas por las negociaciones entre Kissinger y Chou En-lai que desembocaron en el abrazo de Nixon y Mao Tse-tung, fue el actual presidente chino.

La cantidad de ejercicios navales en el estrecho de Taiwán; el boicot al flujo de turismo chino hacia la isla, el incremento de las presiones económicas y, sobre todo, los ataques cibernéticos contra el gobierno y el Estado del pequeño país insular constituyen una creciente ofensiva que sólo puede interpretarse como prolegómeno de una invasión. Y la regla establecida desde aquel acercamiento que modificó de manera drástica en tablero estratégico internacional, también implica que la potencia asiática no modificará unilateralmente el statu quo imperante desde el triunfo del ejército rojo sobre el ejército del Kuomintang en 1949.

No se equivoca Nancy Pelosi al señalar la escalada de presiones chinas sobre Taiwán, afirmando que si frente a semejante ofensiva Washington se muestra débil y titubeante, en lugar de mostrar decisión de defender a la isla donde impera un sistema democrático, estará alentando a Xi Jinping a apurar los tiempos de su plan de anexión. La dirigente demócrata tiene razón, pero no toda la razón.

Ocurre que también es razonable sostener, como hizo Joe Biden, que Estados Unidos no puede tener dos frentes abiertos de tal envergadura. Y la prioridad para la Casa Blanca y el Pentágono está en Europa Central, donde para las potencias de Occidente resulta indispensable impedir que Vladimir Putin salga fortalecido de su guerra expansionista.

Con ese objetivo, el gobierno norteamericano venía trabajando para convencer a Xi Jinping de que no nutra con armamentos y ayuda económica el aparato militar que el jefe del Kremlin puso en marcha. Y estaba logrando resultados cuando Nancy Pelosi decidió actuar por su propia cuenta y en base a su interpretación de los hechos.

La gravedad del controversial periplo no puede evaluarse por las medidas adoptadas por Pekín respecto a la isla, sino por las que puede empezar a adoptar respecto a la guerra entre Rusia y Ucrania. En ese terreno, justo cuando la maquinaria bélica de Putin empieza a mostrar síntomas de agotamiento, se genera la situación que podría provocar un apoyo masivo de China que revigorizaría el avance ruso sobre el territorio del país invadido.

En las cercanías de Nancy Pelosi relativizan la gravedad de la visita a Taiwán, diciendo que hubo en el pasado visitas oficiales de figuras de alto rango, por lo tanto no es cierto que sea la primera vez que un viaje a la isla vulnera la posición oficial de no reconocimiento como estado independiente al territorio en cuestión. De hecho, en 1997 visitó Taipei quien, igual que Pelosi hoy, presidía la Cámara de Representantes. Es cierto, pero el caso no es equiparable.

El titular de los diputados que viajó a la isla asiática en 1997 fue Newt Gingrich, un republicano ultraconservador que se había convertido en archi-enemigo del entonces presidente, que era el demócrata Bill Clinton. Por lo tanto, Pekín no dudaba que la intención del visitante, más que contra China, esta apuntada contra la administración demócrata. En cambio Nancy Pelosi y Joe Biden son del mismo partido.

La otra diferencia es que la China de 1997 no tenía ni el poder militar ni el peso gravitante en la economía mundial que tiene la China actual, además de que el presidente de entonces era el prudente Jiang Zemin, cuyo poder era institucionalmente limitado, mientras que hoy impera con muchas menos contenciones el todopoderoso y agresivo Xi Jinping.

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