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La Plaza

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juan martín posadas
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El 2022 se va yendo. Por estas latitudes su retirada es agitada, disonante, ruidosa. Pero no con un ruido vigoroso, viril, sino con espasmos y griterío. En la Argentina la justicia condena a la Vicepresidenta y el Presidente desautoriza a los jueces y al Poder Judicial.

En Brasil Lula pronuncia su discurso de aceptación de la Presidencia dando gracias a Dios porque Brasil se ha salvado votándolo a él (sin reconocer-advertir que medio Brasil votó a otro). Chile sigue su proceso de autoengaño y autodestrucción.

¿Por casa cómo andamos? Aquí también transcurre un final de año entreverado, cacofónico y ruidoso. El Frente Amplio ha encontrado un punto flaco del gobierno -un personaje flaco muy secundario- y se concentra en pegar sobre ese punto flaco. Se retuerce públicamente las manos por el desmedro del prestigio internacional del país imputado al pasaporte de Marset o al espionaje a los senadores Bergara y Charles Carrera, mientras internamente la goza por el daño que le va cobrando por entregas a aquellos que le ganaron las elecciones.

Transcurren en estos días finales del año las etapas culminantes de la zafra de “story telling”, tal como lo comenté semanas atrás. “Story telling” o fabricación de cuentos. Después de aquel cuento del país donde los gurises comían pasto vino con la pandemia del Covid el cuento del gobierno genocida y luego el cuento del narcogobierno que trafica droga en el cargamento de pescado que el jeque árabe le mandó de regalo al Presidente. En una palabra: cualquier monedita sirve y dale que va.

Pero también por estas fechas se han abierto espacios reconfortantes de aire limpio que da gusto respirar. El jueves pasado tuvo lugar en la antigua bodega Spinoglio, camino Mendoza, el lanzamiento de la fundación La Plaza, en honor y memoria de la revista del mismo nombre, que se editaba en Las Piedras durante los años oscuros de nuestro pasado inmediato. La reconfortante iniciativa ha sido de Marcos Carámbula, colaborador sobreviviente de aquel original emprendimiento que no merece caer en el olvido.

La revista La Plaza estuvo sostenida por la colaboración de un heterogéneo puñado de orientales dispuestos a no callarse cuando se había tornado prudente guardar silencio. Los que allí escribíamos no lo hacíamos tanto contra los militares -aunque ellos lo interpretaban así- sino a favor de la libertad, del derecho, del respeto al disidente y también en reclamo de muchas otras cosas que se habían perdido -algunas, sin dudas, por descuidos nuestros- pero cosas que correspondían legítimamente a todos.

Escribíamos en un presente de país dividido y donde además se prestigiaba el enfrentamiento. Nosotros escribíamos pensando en el después, y el después que imaginábamos no era uno de triunfadores y derrotados sino que habría de ser un tiempo de reconciliación.

La fundación La Plaza se inaugura ahora con ese mismo espíritu de aquel tiempo: reconciliación y reencuentro. Con el agregado de que, tomando en cuenta el deterioro barato del actual trámite político, no será solo homenajear una memoria que lo merece sino atender una necesidad presente que lo reclama.

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