Cuando despertó en una cama de hospital, Salman Rushdie no sólo supo que había sobrevivido al intento de asesinato que sufrió. Supo también que continúa atrapado en la pesadilla que creó para él uno de los personajes de su libro Los Versos Satánicos.
A la alegría de estar vivo debe haberla atemperado de inmediato la evidencia de que su vida sigue aprisionada en una celda sin muros ni rejas, de la que creía haber salido.
Allí lo encerró el ayatola Jomeini al dictar la fatwa que ordena a los musulmanes asesinar al escritor en el lugar del mundo donde lo encontrasen. Ese edicto religioso construyó una cárcel inconcebible que abarca la totalidad del planeta, y de la que no podrá escapar jamás. Ocurre que, en otra de las consecuencias alucinantes que tuvo su novela ficcional en la realidad, lo segundo más terrible que le ocurrió a Salman Rushdie desde la fatwa de 1989, fue la muerte del ayatola que la dictó, porque a esos fallos religiosos sólo puede anularlos su propio autor. Por lo tanto, al morir Ruhollah Jomeini murió también la única posibilidad que tenía Rushdie de librarse de la pesadilla.
Después de muchos años viviendo escondido, bajo protección de la Scotland Yard, cambiando de residencia y ocultando su identidad, el novelista indo-británico llevaba un largo tiempo actuando como si la condena se hubiese disuelto en el tiempo. Quizá empezó a convencerse que los 33 años transcurridos lo convirtieron en un desconocido para las nuevas generaciones y ya no quedarían fanáticos ultra-islamistas dispuestos a ejecutar la sentencia dictaminada por el creador de la teocracia persa.
Lo demuestra su novela Joseph Anton, titulada con el nombre que usó en su vida de fugitivo y que tomó de dos escritores que admira: Joseph Conrad y Anton Chejov. En ella habla de su existencia en fuga como si hubiera quedado en el pasado.
Pues bien, un joven de 24 años, de ascendencia libanesa y admiración por Hezbolá, le avisó con quince puñaladas que la pesadilla continúa y continuará mientras viva.
En las páginas de Los Versos Satánicos hay personajes que claramente representan a protagonistas de la historia y la mitología del Islam. Uno de esos personajes, Gibreel Farishta, representa al arcángel Gabriel y el hombre con el que cae de un avión, Salahudin Chamchawala, representa al demonio.
Otro personaje central es Mahound, nombre con el cual los cristianos de la Edad Media llamaban despectivamente al profeta del Corán.
No son los únicos. También aparece una personaje con el nombre de Aisha, que fue la más joven de las esposas de Mahoma. Pero el personaje de la novela que realmente ofendió a Jomeini es el clérigo piadoso que vivía en el exilio y desde allí impulsó una revolución religiosa contra el déspota que imperaba en su país y, al regresar del exilio a esa tierra liberada del tirano, se convertía en un monstruo que devoraba a su propio pueblo.
En la historia real, Ruhollah Jomeini impulsó y organizó desde el exilio en París la revolución que derribó al shá Reza Pahlevi, construyendo sobre los escombros de esa monarquía autoritaria una teocracia igualmente autoritaria: la República Islámica de Irán. Esa sería la verdadera razón de la fatwa que aquel líder justificó con la supuesta ofensa a los musulmanes.
A Salman Rushdie siempre le causaron problemas los personajes reales que envolvió con rasgos de ficción en esas novelas de exuberante fantasía y frondosa imaginación. En Hijos de la Medianoche describió con filosa ironía a Indira Gandhi. Algunos partidarios de aquella líder de la India lo consideraron un ataque hiriente y amenazaron con castigarlo si visitaba el país en el que nació.
En su novela Vergüenza, el escritor que estudió en Cambridge y absorbió en Inglaterra valores occidentales como la libertad y el laicismo, refleja a personajes reales de la historia de Paquistán, como Zulfikar Alí Butho y el general Zia Ul Haq.
El ayatola Jomeini dijo que, en Los Versos Satánicos, los personajes ultrajados son los del Olimpo musulmán, aunque a su furia la desató el retrato en el que se vio reflejado.
Esa furia creo la prisión sin paredes ni rejas donde quedó atrapado el exponente indo-británico del realismo mágico. Un creador de ficciones cuya alucinante imaginación jamás habrá concebido que su realidad se convertiría en una pesadilla literaria.
Llevaba varios años tratando de recuperar normalidad en su vida. El tiempo alejando aquella fatwa parece debilitar la sentencia. Pero cuando Rushdie empezó a actuar como si se hubiera liberado de ella, apareció el fanático que lo apuñaló para recordarle su condena.