La motito, símbolo de nuestro tiempo

FRANCISCO FAIG

Quién no ha percibido la formidable multiplicación de las motitos en los últimos años? Su protagonismo puede tomarse como una extendida alegoría del país que tenemos.

Han explotado sus ventas por causa de la bonanza económica. Se trata de la forma más fácil de hacerse de un vehículo que suplante de una vez por todas, al menos, el rutinario recorrido diario del hogar-trabajo-hogar. Consume poco y rinde en la economía familiar. Las motitos son baratas porque, comparativamente, los automóviles son encarecidos con impuestos. Y porque, por causa de la globalización, importamos la explotación de la mano de obra china que las fabrica a bajo costo. Así, el país está lleno de motitos chinas que permiten a las clases populares menos pudientes acceder a un primer escalón de consumo de bienes durables y realizar de esta forma un sueño que durante mucho tiempo pareció inalcanzable.

La motito da mayor rapidez y libertad de movimiento, al menos en Montevideo en donde el sistema de transporte es sucio, desordenado, ineficiente, caro, ruidoso, lento e imprevisible. En el interior, la motito además acerca el campo a la ciudad y genera una nueva urbanidad distinta y ampliada.

La motito es el reflejo de que hay plata en la calle y de que se han popularizado los préstamos al consumo. Porque uno puede comprarla en cómodas cuotas en un plazo relativamente breve. Alcanza con tener un trabajo remunerado que esté cerca del piso de pago del IRPF -unos 15.000 pesos por mes- para poder disponer de un séptimo del total, y así, por ejemplo, poder pagar la motito en un año.

La motito es un riesgo. Como las ciudades más importantes, y en particular Montevideo, no han tomado ninguna medida relevante para proteger y asegurar el tránsito de motitos, participan en la mayoría de los accidentes. También son protagonistas de las picadas que han sesgado las vidas de decenas de jóvenes en todo el país.

La motito es una molestia. No solo para transeúntes y automovilistas que sufren la impericia y la audacia de sus conductores, volviéndolas además peligrosas. Sino también porque son factor relevante del insoportable ruido de las ciudades. Los mejores ejemplos aquí son la casi totalidad de los deliverys en motito que hacen un ruido insufrible (también en horas tardías) y violan todo tipo de disposiciones de tránsito -contramano, cruces con roja, etc.- sin que nadie sancione absolutamente nada.

La motito es un símbolo. Se la señala muchas veces como el signo del consumismo del uruguayo que, apenas tiene un mango, se lo gasta en comprársela en cuotas en vez de ahorrar y prever futuros tiempos menos auspiciosos. Pero emprenderla contra este tipo de decisiones con estos argumentos responde, en verdad, a cierto sentimiento de nostalgia de una clase media más pudiente que lograba diferenciarse de las clases populares, justamente, porque era la que podía acceder a la compra de este tipo de bienes que ahora se han democratizado. En realidad, una sociedad sometida a transportes públicos paupérrimos, está actuando con racionalidad al tratar de invertir en un bien mínimo que mejora sustancialmente su calidad de vida.

La motito, finalmente, ilustra la incapacidad gobernante, nacional y departamental, que no logra que sea efectivamente obligatorio el uso del casco en todo el país; y que no alcanza a prohibir las picadas.

La motito: el objeto fetiche de este Uruguay de primera.

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