Ya hemos transitado por los dos primeros decenios del siglo XXI, sacudidos por toda clase de turbulencias y aún lo mejor está por venir.
Nos ha tocado vivir una época extraordinaria, plena de desafíos de toda clase, incluyendo aquellos que ponen en riesgo aspectos fundamentales de la vida.
Gracias a nuestra extraordinaria capacidad de adaptación las crisis que se tornan extremas -como la actual pandemia- al paso del tiempo tienden a bajar nuestro umbral de preocupación, como mecanismo de defensa ante el estrés elevado. Esto no significa que el peligro haya pasado sino que necesitamos anclajes para recuperar la sensación de control que nos permita tomar las mejores decisiones.
A veces tenemos la sensación de que no logramos conseguir avances significativos en asuntos importantes. Es lo que nos sucede con los temas ambientales.
El cambio climático, la degradación de la diversidad biológica, la contaminación del aire, del agua y del suelo son algunos de los asuntos esenciales que siguen esperando mejores respuestas.
Sin embargo, a veces nos tomamos demasiado tiempo para reaccionar inteligentemente, los cambios positivos están ocurriendo. Si los miramos con una lente más amplia, veremos que de una generación a otra esas transformaciones se hacen más evidentes.
Hace medio siglo se comenzaba a trabajar tímidamente en educación y comunicación ambientales. Eran terrenos poco transitados desde el punto de vista sistemático, pero ofrecían un horizonte esperanzador.
El mensaje era claro. Había que estar mejor informado acerca de la realidad para, entonces, darnos el espacio necesario para incorporar valores, formar nuevas mentalidades y habilidades para internalizar la dimensión ambiental. Porque se trataba de un saber, en varios sentidos novedoso, dentro de la racionalidad, las actitudes, los comportamientos y los criterios de toma de decisiones, que nos ayudaba a mejorar nuestra capacidad de comprender la complejidad del mundo.
La llamaron educación ambiental simplemente para destacar su perfil; aunque transcurridas todas estas décadas de aprendizajes, de tropiezos y aciertos, simplemente corresponde hablar de educación, pues insistir con esa aclaración a esta altura debería resultar redundante.
Aunque es evidente que hay muchísimo por hacer, también lo es el hecho de que estamos posicionados de manera más firme para enfrentar los desafíos en ciernes.
La información de calidad es un bien cada vez más valioso. La dificultad es que cada día nos inunda un océano de información y debemos aprender a discernir entre lo cierto y lo falso, lo cual nos lleva al principio de las cosas: la educación. Sin una buena formación moral y social careceremos de la herramienta adecuada para entender el mundo y adaptarnos de la mejor manera posible.
Por eso la ciencia ahora ha abandonado su confinamiento en los ámbitos académicos y tecnológicos para integrarse lentamente al acervo popular.
Estamos convencidos de que el futuro es promisorio, más allá de los oscuros nubarrones sobre nosotros. Y una vez más nuestra mejor herramienta es desarrollar la mejor educación posible con alcance para todos.