Luciano Álvarez
Dicen que la Historia la escriben los vencedores. Es claro que el poder, que es efímero dicta, censura, reinterpreta e interpola los relatos, pero es incapaz de forjar imágenes perdurables. Por eso quisiera refutar este transitado aforismo diciendo que, en realidad, la Historia la escriben los grandes narradores, sean escritores, pintores, cantores, cineastas o historiadores.
Para ilustrar este argumento elegiré, con algo de paradoja, una historia escrita para gloria y justificación de vencedores. De atenerse a los meros hechos, el rey que la protagoniza apenas hubiera merecido interés. No introdujo nuevas formas institucionales, ni sufrió su imposición, como su lejano antecesor Juan sin Tierra. No presidió épocas fastas ni sus armas cruzaron las fronteras inglesas. Tampoco innovó en materia de infamias.
Nació en el centro de Inglaterra, el 2 de octubre de 1452 en el imponente castillo de Fotheringay. Fue el menor de los siete hijos del enérgico duque Ricardo de Plantagenet, cabeza de la casa de York.
Ricardo era un recién nacido cuando los ingleses perdieron la guerra de los Cien Años y volvieron al país bandadas de soldados que sólo sabían hacer la guerra y gozar de provechosos pillajes; cuando se pusieron a servir cualquier causa que les devolviera su sangriento trabajo; cuando el rey Enrique VI comenzó a volverse loco y los grandes señores se disputaban el poder apelando a aquella mano de obra desocupada. Tenía tres años cuando se inició la guerra de las Dos Rosas. La Rosa Blanca de los York venció en la primera batalla de Saint Albans y su padre se convirtió en Lord protector del reino. A lo largo de los próximos treinta años, vería, sin asombro, como los pendones de los nobles cambiaban de bando, aun en medio de las batallas.
Tenía ocho años, en 1460, cuando fueron asesinados su padre y su hermano Edmundo. Los Lancaster, los de la Rosa Roja, empalaron sus cabezas en la puerta de la ciudad de York.
Entonces, otro hermano, Eduardo, tomó el mando de la Rosa Blanca. Al año siguiente, con el poderoso apoyo del conde de Warwick, entró en Londres; tenía 19 años e iniciaba un reinado de 22. Eduardo IV, carismático, fuerte, apuesto y mujeriego, formó a sus dos hermanos varones en las artes del gobierno y de la guerra. Ricardo, no mal parecido, era más bien bajo y flaco. Sin embargo, a fuerza de voluntad y ejercicio se convirtió en un temible guerrero blandiendo el hacha de combate. Para lograrlo desarrolló tanto su brazo derecho que daba la sensación de tener un hombro más alto que el otro.
Ricardo tenía 18 años cuando peleó su primera gran batalla. Fue el 14 de abril de 1471, en las afueras de Barnet, una pequeña ciudad al norte de Londres. A su frente estaban nuevamente los Lancaster, ahora dirigidos por Warwick, el antiguo aliado, que murió en la batalla.
Ricardo peleó con valor e inteligencia junto a Eduardo IV, mientras que Jorge, su otro hermano, que era yerno de Warwick, tuvo una actitud ambigua, aunque fue perdonado y se mostró valiente en la siguiente batalla (Tewkesbury, 4 de mayo de 1471).
El 12 de julio de 1472, Ricardo se casó con Ana Neville. Se habían criado juntos y probablemente se amaran. Lo insólito es que era hija del conde de Warwick y viuda del príncipe de Gales, muertos como enemigos de los York, uno en Barnet, el otro en Tewkesbury. El matrimonio duró trece años, hasta la muerte de Ana, aparentemente víctima de tuberculosis.
Para ese entonces, Ricardo, ahora Duque de Gloucester, se había convertido en el sostén del rey; acumuló honores, cargos y títulos. En 1478, mientras Ricardo luchaba contra los escoceses en Northumberland, al extremo noroeste de Inglaterra, Jorge cayó en desgracia, aparentemente víctima de las intrigas de la reina, y fue ejecutado.
Eduardo IV murió sorpresivamente en 1483. Ricardo asumió como regente. El heredero, Eduardo, tenía sólo doce años y había sido educado por su tío Anthony Woodville. Los York no confiaban en los Woodville y la reina agravó las cosas participando activamente en las intrigas palaciegas.
Entonces, mediante un artilugio jurídico o pruebas verdaderas, tanto da, los hijos de Isabel fueron declarados bastardos y, por lo tanto, inaptos para aspirar al trono. El 26 de junio de 1484, Ricardo III fue coronado rey. En los meses siguientes la represión a los Woodville fue implacable; los niños Eduardo y Ricardo, retenidos en la Torre de Londres, desaparecen, se dice que asesinados por encargo de su propio tío.
Isabel Woodville no se resigna y trama una alianza con la casa de los Lancaster y con Enrique Tudor, dudoso aspirante al trono. Tudor desembarca en Gales auxiliado por los expatriados Woodville y algunos aliados menores. Muchos nobles esperan el curso de los acontecimientos para decidir su bando.
El combate decisivo tuvo lugar a finales del verano de 1485, en los campos de Bosworth. Ricardo III se dirigió a la batalla con su hacha de combate, su yelmo con una corona dorada y las banderas reales desplegadas. Quizás pronunció la frase que le prestó el poeta: "Mil corazones laten en mi pecho".
Una serie de maniobras y traiciones oscurecen la comprensión de la jornada. Lo cierto es que, Ricardo III buscó un enfrentamiento directo con Enrique Tudor y avanzó sobre él con los cien hombres de la guardia real. Cuando lo tenía a tiro fue atacado por un flanco inesperado y una docena de heridas acabaron con su vida de treinta y dos años.
Los vencedores se ensañaron con el cadáver. En Leicester, lo expusieron desnudo, fue arrastrado por las calles y acabó siendo aplastado contra el parapeto de un puente sobre el río Soar.
Con el advenimiento de los Tudor, que reinarían 118 años, los cronistas santificaron la ascensión del primero de ellos y condenaron al último de los Plantagenet.
John Rous (Historia Regum Anglie, 1486) le atribuyó un nacimiento macabro: ..."conservado dentro de la matriz de su madre por dos años, emergió con dientes y el pelo hasta los hombros". Polidoro Virgilio (Anglica Historia, 1534) le agregó las deformidades físicas y morales; "Sus contraídas facciones manifestaban tal expresión de crueldad y dureza, que en ellas se leían la perversidad, el engaño y la hipocresía; un espíritu feroz se agitaba constantemente en el interior de su miserable cuerpo". También le reconocerá ingenio, altivez y valentía.
Tomás Moro, el gran humanista, copió la descripción de Polidoro y consolidó el perfil del personaje (The History of King Richard the Third, 1565). William Shakespeare leyó a Moro y hacia 1593 definió para siempre la historia de Ricardo III, rengo jorobado y siniestro, cuya maléfica inteligencia parecía invencible.
Desde entonces cualquier intento de encontrar la intrincada verdad, sucumbirá ante los elevados y bellísimos muros poéticos del dramaturgo isabelino. La verdad y el panfleto quedarán para siempre reducidos a su último grito desesperado: "Un caballo, un caballo, mi reino por un caballo".