En una entrevista reciente publicada por el semanario Crónicas, el ministro de Trabajo y Seguridad Social Pablo Mieres hizo una observación que vale la pena citar: “Cuando el Frente Amplio lo califica como un gobierno de derecha, neoliberal, está construyendo el adversario que ellos querrían tener, pero que no tiene nada que ver con lo que este gobierno es”.
De ello pueden hacerse dos lecturas. Por un lado, la específicamente política: “La prueba está en la Rendición de Cuentas, que tiene tres prioridades de gasto en un presupuesto austero: asentamientos, primera infancia y empleo para los sectores vulnerables. Si esa es una agenda de derecha que me expliquen lo que es una agenda progresista”, concluye Mieres.
Pero la lectura que me interesa destacar aquí tiene más que ver con teoría de la comunicación, o acaso directamente con las tradicionales y siempre vigentes reglas de la retórica clásica: el discurso opositor “construye un adversario” que no es real. Echa mano, ni más ni menos, a una falacia tan vieja como rendidora: la del espantapájaros. Dicho en buen criollo: quien no tiene razón, caricaturiza las ideas de su adversario para parecer más sensato. Lo convierte en esos muñecos de paja que los antiguos guerreros clavaban en el terreno con el fin de practicar sus espadazos, sin riesgo de salir lastimados.
El recurso es tramposo pero eficiente: obliga al adversario a demostrar que no es tan indigno como se lo ha pintado, poniéndolo en la defensiva y en la obligación de esclarecer ideas que han sido burdamente tergiversadas. A partir de allí, el éxito de la batalla se define en la credibilidad que la opinión pública asigne a uno u otro contendiente, y ya no en la razonabilidad de los argumentos. Porque está bravo tener que salir a aclarar lo obvio: que la Ley de Urgente Consideración (LUC) no echará a los inquilinos de sus casas, ni obligará a la gente a comprarse un arma y defenderse a los tiros, ni privatizará la educación pública, ni todo ese disparatario Halloween que está agitando la fuerza política que representa a un 39% de la ciudadanía.
El asunto no es sencillo para el gobierno. Al basar su comunicación política en una estrategia cien por ciento defensiva, se expone a la incredulidad de los sectores menos informados de la población, quienes no casualmente constituyen la presa a conquistar en el futuro referéndum. Y los asesores del Frente Amplio lo tienen claro. El Pit-Cnt los metió en un baile de recolección de firmas al que ellos no querían entrar. A las cansadas lograron que el intento original de voltear toda la LUC se limitara solo a 135 de sus ar- tículos, sabiendo que lo otro los hubiera expuesto al ridículo de criticar más de la mitad del articulado que ellos mismos habían apoyado en el parlamento. La obtención de las firmas los tomó por sorpresa y vieron allí una oportunidad de minar la credibilidad de la coalición republicana, rumbo al 2024. Pero les surgió una pregunta: ¿cómo hacer para convencer a la gente que vote contra un centenar y pico de artículos de una ley de la que sabe poco y nada, y que para colmo, ha empezado a dar buenos resultados en el área hipersensible de la seguridad pública? La única respuesta posible fue hacer caso a Goebbels y simplificar los mensajes al máximo, creando enemigos que en su suprema villanía, les otorgaran credibilidad por contraste.
Espantapájaros, en suma.
El eficiente equipo de comunicación del gobierno ya está teniendo en cuenta la complejidad de la situación: en estos días empezaron a circular mensajes que aclaran los tantos con un tono racional, sin caer en la agresividad ni el victimismo. (Ojalá todos los voceros políticos del oficialismo se expresaran con similares criterios...).
Pero lo que me interesa en esta columna es llevar la mirada más allá de la coyuntura, en un contexto uruguayo común a la mayoría de los países occidentales, donde falacias tan obvias como la del espantapájaros pasan por buenos argumentos, convencen incautos y ponen en entredicho la racionalidad de cualquier discusión.
Si la campaña empezó con tanta virulencia falaz y liviandad intelectual, aun cuando ni siquiera terminó la validación de las firmas, es de presumir que en marzo y abril esto va a ser una carnicería.
Dorsey, Zuckerberg y esa selecta barra de smart boys lo lograron: con sus algoritmos ingeniosos, que multiplican las interacciones en las redes a partir de estimular la radicalización, consiguieron ya que más de una democracia devenga en populismo agresivo y demagógico. Las nuevas generaciones crecen desconociendo a los pensadores del pasado y omitiendo olímpicamente la tradición humanista de la cultura occidental. Sin amor por el conocimiento y sin espíritu crítico, es normal que los hacedores de espantapájaros crezcan a sus anchas.
Si la mayoría de la gente sigue distrayéndose en Facebook, es posible que no pase de encontrar recetarios anodinos estilo “10 tips para vencer el pánico de hablar en público”. Sería preferible que el Estado destinara sus mayores esfuerzos en mostrarle, por ejemplo, que existe un libro llamado Lógica viva de Carlos Vaz Ferreira.