El The Economist del pasado 9 de mayo trae un artículo de fondo referido a lo que llama la crisis del orden liberal internacional: “Durante años, el orden que gobernó la economía mundial desde la segunda guerra ha sido erosionado. Hoy está próximo a colapsar. Un preocupante número de disparadores pueden desatar una caída en la anarquía, donde el poder es el derecho y la guerra, una vez más, el recurso de los grandes poderes”.
El temor que manifiesta el periodista tiene raíces históricas, no es un puro invento. Terminada la segunda guerra, muchos líderes mundiales sacaron la lección de que una de las raíces de los conflictos había sido la lucha económica entre bloques o países, con todo tipo de medidas, proteccionistas y retaliatorias.
Para evitar caer de nuevo en esos y otros vicios fue que se crearon las principales instituciones de gobernanza mundial, la Organización de las Naciones Unidas, los Institutos salidos de Bretton Woods, el FMI, el Banco Mundial y el Gatt…
Mientras duró la Guerra Fría, con todo lo que tuvo de malo, el miedo al comunismo y la división del mundo entre “buenos” y “malos”, sirvió para que ese orden de posguerra fuera aceptado, básicamente. Eso incluyó no sólo acompañar, imperfectamente, ciertas normas en materia política y comercial, sino también el aceptar como principios básicos la declaración de derechos de la ONU.
Pero vino la caída del muro de Berlín. Todos creímos que marcaba el fin de una era, la del comunismo, el llamado “socialismo real” y el advenimiento de un liberalismo victorioso. No ocurrió así.
Por un lado, el socialismo no desapareció: mutó. Largó a Marx (a quien tampoco había leído mucho), a Lenin, a Stalin, a la lucha de clases, la plusvalía, el determinismo histórico y el materialismo dialéctico, y se hizo progre: abrazó a Rousseau y decidió estar a favor del bien y en contra del mal.
Pero con el muro también cayó el temor y las líneas que separaban a los buenos de los malos fueron perdiendo nitidez. Ya no habrá bandos claros con reglas claras.
La firmeza de muchos valores se fue debilitando, en la medida en que se perdía el miedo a posibles consecuencias adversas y las instituciones de gobernanza mundial, creadas sobre ciertos valores y ciertos alineamientos, empezaron a perder su atractivo y su peso.
Ya no está claro que haya un orden mundial ni que salirse de él pueda traer consecuencias negativas, externas, pero también internas. Lo que sí está muy claro es que los custodios de aquel orden han perdido ascendiente y poder.
En algún caso, como el de la OMC, de forma casi total, en otros casos, las Naciones Unidas, más o menos parecido y hasta un viejo ogro, como el FMI, ha perdido casi todos los dientes.
Así lo ve The Economist: “Las instituciones que cuidaban el Viejo Sistema están o ya difuntas o perdiendo credibilidad, rápidamente. La OMC cumple 30 el año que viene, pero han pasado más de tres años en coma, debido a la negligencia americana. El FMI está preso de una crisis de identidad, apretado entre una agenda verde y asegurando estabilidad financiera.
El Consejo de Seguridad de la ONU está paralizado. Y, mientras informamos esto, las cortes supranacionales, como la Corte Internacional de Justicia está cada vez más trabada por fracciones en guerra”.
El recuerdo de las dos grandes guerras quedó circunscripto a Netflix y la Guerra Fría, a películas de espionaje. Nada de eso genera ya temor ni un llamado a la reflexión.
Lo curioso es que, mirando hacia delante: Guerra en Ucrania y en Palestina, enfrentamientos comerciales de y en contra de China, crisis social en Europa… Nadie parece estar preocupado.
Capaz que no vendría mal repasar un poco la historia de los años que precedieron a la primera guerra mundial. Al decir de The Economist: “La primer guerra mundial liquidó una edad dorada de globalización que muchos creían iba a durar para siempre”.
¿Se viene inevitablemente el caos?
Obviamente que no. Pero la realidad de una deriva mundial con pocos mojones políticos, ideológicos y filosóficos es evidente y debe llamar a reflexión. Concluye The Economist:
“Sin confianza y sin un marco institucional para la cooperación, será más difícil para los países el encarar los desafíos del siglo XXI.”