La Caja y el valor de la justicia

Es bueno que el Parlamento haya logrado aprobar la ley que deberá salvar y estabilizar la Caja Profesional.

Es compartible que tras el acuerdo logrado, el presidente Orsi haya enaltecido el valor del diálogo, la negociación y la transacción política.

Lo de la Caja Profesional fue un tironeo de cifras zanjado en paz. Celebrémoslo. Pero no nos pase inadvertido que el tema se resolvió más por pulseada que por creatividad. Y no dejemos de apuntar temas conceptuales.

El Ministerio de Economía forcejeó para que “la sociedad” cubriera lo menos posible y los beneficiarios, lo más. Eso significó pasar por alto que la situación sería diferente si la Caja paraestatal no hubiera sufrido la sangría del Impuesto a la Seguridad Social, IASS, creación 2008 de Vázquez-Astori, definida como “un tributo… que grava los ingresos” de “jubilaciones, pensiones y prestaciones de pasividad de similar naturaleza”, cuyo “sujeto activo” “es el Estado actuando a través de la Dirección General Impositiva”.

Que el Estado -persona jurídica mayor, que permanece por encima de los gobiernos que pasan- haya ignorado esa realidad fue posible porque en la discusión de cifras y porcentajes no se oyeron referencias al valor rector de la justicia. ¿Puede extrañarnos? ¡Qué esperanza! ¡Hace años que viene decayendo la justicia como mandato y como aspiración, sustituyéndola por la palabreja menor “equidad” o por la expresión resignada “lo posible”, echada en cara como “es lo que hay, valor”.

El asunto sería de importancia menor si no fuera que el caso particular del debate concluido anteayer por la Caja Profesional es tan solo un ejemplo más de algo que viene enfermando por igual a la vida pública y al Derecho Privado, incluidas las conciliaciones judiciales. Nos ha invadido la costumbre de, con mirada corta, hacer coincidir intereses opuestos sin referencia alguna a la justicia o a un valor superior que una a todos. Empujados por evitar una crisis, un pleito o una sentencia, los protagonistas se esfuerzan por salir del paso, pateando el problema para adelante.

El asunto en juego no es baladí. Compromete al concepto del Derecho y el apetito de justicia de toda persona consciente. Implica la definición de la clase de vida que queremos para nosotros y para los prójimos que vendrán.

Con su declarado acento en la gestión práctica, ha proclamado el Presidente de la República. “La clave en la política es el acuerdo; parece una excepción, pero tiene que ser la norma”. Sí: tiene que ser la norma, y más que la norma, la meta que debe buscar tanto el que propone como el que se opone, porque acordar es resolver.

Pero en política y en todo, al acuerdo puede llegarse por desgaste e interés inmediato o por riqueza conceptual, grandeza de miras e ideales republicanos.

Desde que recuperamos la libertad 40 años atrás, ha habido respeto a la soberanía electoral y acuerdos o continuidades en temas específicos. Pero el diálogo público se ha empobrecido, apagándose en el horizonte el culto por la justicia, sustituido por expectativas económicas siempre aplazadas para un después que no llega.

Si medimos los resultados en términos humanos, esto ya no es novela ni drama: es la tragedia de no ascendernos a lo mejor de nosotros mismos y resignarnos a vivir distraídos, con la voluntad desabrigada y bajo cero.

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