Quienes nos interesamos en política seguimos con relativa atención la campaña argentina para el próximo 22 de octubre: se trata del país más relevante económicamente de la Sudamérica hispanoparlante; del principal referente cultural e intelectual de la región; y de nuestro hermano del alma, a la vez evidentemente similar en muchas cosas y radicalmente distinto en otras.
Aunque dos semanas es una eternidad en Argentina, la evolución política y económica es tal que sería muy difícil que el triunfo presidencial se escapara de las manos de Milei. Por su perfil y sus propuestas, es un candidato que genera enorme controversia. Desde ya, hay que desconfiar de todos aquellos que hoy se rasgan sus vestiduras por el eventual peligro democrático de un Milei presidente, cuando fueron mudos durante lustros por los reales ademanes autoritarios del kirchnerismo: en este sentido, toda la clásica zaraza zurda regional resulta tan previsible como intelectualmente deshonesta.
Sin embargo, hay quienes razonablemente se alarman de lo que pueda ocurrir si Milei llega a la presidencia: la mayoría de los gobernadores de las provincias importantes responden a Macri y/o a Bullrich; el parlamento está fraccionado y, en cualquier caso, el partido del presidente seguro no tendrá mayoría propia; y la movilización callejera adepta al peronismo desestabilizador estará pronta a incendiar la paz social.
Con el objetivo de salir de la tremenda crisis, y así fuese que quisiera llevar adelante solo una parte de su disruptivo plan de gobierno (el cual, por cierto, contaría con una fortísima legitimación de voto popular): ¿cómo operaría Milei concretamente en un contexto tan complejo?
Hay al menos dos notorias ventajas de un triunfo de Milei para Uruguay, que el sesgo analista zurdito y mayoritario de nuestra penillanura suavemente ondulada no se atreve siquiera a balbucear. La primera es que se habrá golpeado duramente al principal generador de cultura populista de toda la región: en 20 años, el daño que ha hecho al sentido común ciudadano democrático de nuestros países el universo simbólico peronista-kirchnerista, con su talante autoritario y su concepción política laclauista-schmitteana, ha sido enorme.
La segunda, más importante aún, es que se terminará la connivencia de vieja trenza entre Buenos Aires y Brasilia para ahogar a la región en un proteccionismo que nos mortifica. Milei ha dicho que quiere forjar una alianza sustancial con Estados Unidos y con Israel, y dejar de ser el segundón del Brasil de Lula: que en Buenos Aires haya un presidente convencido del anclaje del Río de la Plata en Occidente y bregando por una real apertura comercial regional será, a todas luces, una excelente noticia para Montevideo.
Sin dejar de ver esas ventajas, el problema es que hay una bomba a punto de estallar: Argentina está al borde de la hiperinflación, económicamente exhausta y con una pobreza nunca vista en su hondura y extensión. Milei cree que la desactiva, pero para tal cosa deberá construir aceleradamente una mayoría que apuntale su plan. Si el sistema político-sindical (lo que él llama, muchas veces con razón, “la casta”) no colabora, la tentación natural será de hacerlo con la gente y desde el balcón: du déjà vu, bien sûr, en Argentina.