La apertura del 2010

LEONARDO GUZMAN

Nunca justifiqué 38 días de Feria en verano y 15 en invierno más 7 en Turismo: 60 días, 16,43% del año. Siempre fue demasiado. Pero hoy, con la notificación por pantalla que acorta caminatas y vacía barandas, es insostenible. La Justicia no debe seguir discriminando por fechas ni regalándole meses a la chicana. Debe tender a la gestión continua y no a legalizar la dilación y el ocio.

Tampoco justifiqué que en diciembre y febrero -brindis, asados, venir de afuera, acostarse tarde-, la jornada judicial se reduzca a la mañana -que "pasa volando"- y rebane media jornada laborable a plazos de apenas 3 días. También hay que revisarlo.

A esos temas limitaríase esta columna si a la reapertura 2010 -lunes próximo- uno no llegase espoleado por la preocupación por el destino del Derecho, no sólo en los estrados sino en la vida entera -que es mucho más que todos los juicios juntos- y no tanto como abogado sino como hombre y ciudadano.

Desde la Oración de Abril que pronunció Artigas antes que el Congreso de Tres Cruces impartiera las Instrucciones del Año XIII, el Uruguay se perfiló como nación al asentar su lúcida intuición institucional: "Es muy veleidosa la probidad de los hombres, sólo el freno de la Constitución puede afirmarla." Tres lustros antes de ser República y empezar a ser Estado, reclamábamos una imperatividad jurídica espontánea. En nuestro suelo, los principios generales del Derecho Público no nacieron como construcción algebraica del intelecto sino como sentimiento primario.

Con ese sentimiento vivimos, construimos, fuimos puerto abierto y esperanza. Pero un día las ciencias explicativas de la conducta parecieron más importantes que las reglas para ennoblecerla; otro día desembarcó una teoría según la cual el Derecho no tiene que ver con los valores ni con la vida afectiva y es una técnica para organizar la tensión de los intereses más que la convivencia; otro día nos acostumbramos a medir el hacinamiento en las cárceles y a aceptar el robo callejero y la pasta base como hechos sociales para observatorio científico.

Por esas vías, se quebró el sentimiento de que todos tenemos obligaciones incondicionadas. El Derecho perdió así cimiento y fuerza, vaciándose tras cualquier rostro inexpresivo que ose sostener cualquier tesis, al enfermarse de relativismo y al decaer el rigor para sustentar cada postura -judicial o de parte- refutando los argumentos contrarios.

Eso no se arregla con afiches contra la violencia doméstica y la violencia laboral. Ninguna imagen cruenta enseñará más que el amor y el respeto afirmados en familia, aula, trabajo y medios de difusión, ya fuere en refrán, prosa, poema, tango, rock o murga.

El Derecho no consiste en combatir su negación sino en fijar sus principios como luz imperativa.

Al abrirse los tribunales, vayamos a reclamar vigorosamente lo que es nuestro y se nos debe. Pero antes reparemos en el estado de espíritu con el cual le pedimos al Derecho que reforme lo que tenemos desarmado y mocho en el ideario desde el cual vivimos.

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