La alarma social

Javier García

La inseguridad es producto de dos circunstancias: el delito generalizado contra personas o bienes y la negligencia o ineptitud del gobierno para ordenar su represión en forma eficaz. Estas dos causas son las que hoy hacen que la población sienta impotencia ante la inseguridad y muchos piensen que la única defensa que tienen es la propia, y por lo tanto la justicia por sus manos.

El gobierno fracasó en el combate a este flagelo, primero y antes que nada porque no cree que esta sea su prioridad.

Desde chiquitos los dirigentes de la izquierda se formaron en una escuela que adjudicaba los temas de su interés de acuerdo a un simplismo conceptual dramático. La "izquierda", aprendieron, debe preocuparse de la justicia social y de la "igualdad" y a los que ellos con esa particular presbicia histórica ubicaban en la "derecha", debían ocuparse de la libertad.

En un mundo dividido por un muro, que cayó y no dejó ni rastros, estos esquemas servían para justificar lo injustificable. Se podía acogotar la libertad si el motivo era la "igualdad". Las atrocidades más grandes de la historia se hicieron en nombre de esta concepción que depositaba en un dictador y su partido único los derechos humanos más esenciales, incluida la vida si era la de alguien que discrepaba con esa particular concepción de la "igualdad".

La seguridad, que tiene una relación íntima con la libertad, entonces no era importante.

En Uruguay se agrega otro factor y es el período de la dictadura que no ha sido superado aún por muchos. Hoy, a casi un cuarto de siglo de haber recuperado la democracia, para muchos dirigentes del actual gobierno, la Policía es la misma de aquellos tiempos y cuando ven un uniforme azul ven un "represor". Desconfían de los cuerpos armados y muchos los aborrecen, sin entender el significado esencial que tienen en la defensa de derechos legítimos de las personas y sus bienes. Quien no cree en una institución, no puede dirigirla.

La Policía no está para organizar fiestas infantiles, está para prevenir y reprimir el delito. Y el gobierno debe estar delante de la Policía para mandarla y respaldarla, cosa que no hace.

Cada tanto desde el Ministerio del Interior se divulgan estadísticas del delito y los graves no paran de subir. Esto, que menosprecia el gobierno adjudicándolo a sensaciones térmicas, es una realidad.

Si salieran de los escritorios o recorrieran los barrios en vez de ir a divertirse viéndose en las parodias del Teatro de Verano se enterarían de esto. Los uruguayos ven que los delincuentes se apoderaron de las calles, tienen impunidad para actuar y la población está impotente.

Están libres los que deberían estar presos y presos en sus casas quienes deberían estar libres.

Los barrios en la noche son tierra de nadie y ahora durante el día también. Al gobierno no le importa, porque no conoce. No habla con la gente, es un gobierno impopular.

Hay pequeños negocios que cierran ante la impotencia de ser robados y rapiñados todas las semanas, la gente cambia sus hábitos de vida, viven la agresión de tener miedo permanentemente sin disfrutar la libertad de estar seguros.

El Frente Amplio acusa a la oposición de poner este tema en la agenda política; si se le preguntara a los chorros si prefieren ignorarlo y que no fuera tema de campaña, también estarían de acuerdo.

Seguridad y justicia social, y libertad y equidad son parte de las democracias modernas, sin hemiplejias de valores.

Si un gobierno no puede brindar seguridad, no merece ser gobierno.

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