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Batllismo, frentismo, coalición

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julio maría sanguinetti
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Desde hace ya algunos años la intelectualidad frentista, ante la imposibilidad de construir una leyenda negadora de la grandeza histórica de la acción reformista de Batlle y el Batllismo, ha pretendido instalarse como la continuidad de aquel formidable proyecto.

Desde que nació la coalición, que personalmente impulsamos desde mayo de 2018 y a la que defenderemos hasta el 1º de marzo de 2025, arrecian los análisis en esa dirección, pretendiendo mostrarnos a los batllistas como una suerte de parricidas que negamos nuestros orígenes.

Desde la polémica entre Don Pepe Batlle y Celestino Mibelli, en 1917, quedó claro que el batllismo, reformismo socialdemócrata sin duda, revolucionario para la época también, era una etapa de la filosofía liberal y se apartó para siempre del socialismo por definiciones fundamentales.

Un siglo después, podríamos sintetizar esa distancia ideológica en unos pocos puntos, a cuenta de mayor cantidad:

1) La lucha de clases. En el Frente Amplio y en el Pit-Cnt se vive intensamente el concepto de lucha de clases: los ricos contra los pobres, la Teja contra Carrasco. Para el Batllismo la lucha de clases no fue ni será el motor de los cambios. Y por la acción del Batllismo se consolidó la democracia, a la inversa de los regímenes que, en nombre de aquella idea, terminaron en la “dictadura del proletariado”, que no fue otra cosa que tiranía y miseria.

2) La democracia política. En la última campaña electoral hasta aburrimos diciendo que de un lado estaríamos los que creíamos que Venezuela era una dictadura y del otro quienes la juzgaban -al igual que a Cuba- como una modalidad particular de democracia. Eso fue así y sigue siendo así. Por eso fue posible que en febrero de 1973 el Frente Amplio se subiera al golpe militar, aplaudiendo los comunicados 4 y 7 y soñando con un gobierno “nacional y popular”. Si no continuó fue porque lo bajaron…

3) La política exterior. El Batllismo se caracterizó, desde su origen, por una política pro occidental. Se alineó en las dos guerras mundiales con los aliados, mantuvo -especialmente desde la cancillería de Baltasar Brum- una relación constructiva con los EE.UU., fue militante en contra de Franco, Mussolini y Hitler, prohijó el nacimiento de Israel y sigue fiel a esas causas. A la inversa, no hay acto frentista en que no ondeen las banderas del terrorismo palestino y de las dictaduras, que si son “de izquierda” merecen su arrobada bendición.

4) Propiedad privada. El Batllismo defendió siempre la economía de mercado. Es más, si de algo se le acusó fue, precisamente, de ser excesivamente protector de las empresas industriales nacionales. Es notorio que el Frente Amplio apenas tolera, con mala resignación, una propiedad privada a la que agrede todo lo que puede, incluso aceptando ilegítimas ocupaciones.

5) Laicidad. Para el Batllismo la laicidad ha sido un principio esencial, entendiéndola como lo que es: la imparcialidad del Estado frente a las religiones y las tendencias filosóficas, al pie solamente de la ideología liberal que define la Constitución de la República. El Frente Amplio, en cambio, ha concebido la educación como un adoctrinamiento y bastaba oír estos días a sus voceros defender que los profesores entraran a los liceos con tapabocas propagandísticos contra la ley de urgente consideración.

6) Seguridad social. El Batllismo fue protagonista de la construcción de la sólida red de seguridad social que en esta crisis de la pandemia ha mostrado su centralidad, porque los seguros de desempleo, los comedores escolares, entre tantas otras instituciones sociales, han mostrado su eficacia. No lo han sido, en cambio, las fantasías del Mides, que solo igualaron hacia abajo, en lo que es una distancia esencial del Batllismo con el socialismo, cuyo fracaso universal está -precisamente- en el desestímulo de la libertad individual y el gris emparejamiento arrasador de la creatividad en el trabajo.

7) El rol del Estado. El Batllismo construyó, sin duda, un Estado Benefactor, comenzado con la legislación humanista (las leyes de divorcio, de limitación de la jornada laboral, de accidentes de trabajo, etc.) y que incluyó empresas del Estado. En su tiempo fueron monopolios. No podían nacer de otro modo. El Batllismo las sigue defendiendo pero concibiéndolas en la mayor competencia posible. A diferencia del Frente Amplio que, como lo hizo absurdamente con el agua, sigue al pie de un monopolismo excluyente y empobrecedor.

Podríamos seguir, pero baste reseñar superficialmente estas ideas, que nos siguen animando. Ellas comparten con el Partido Nacional una común filosofía liberal y democrática, de amplia mirada hacia el mundo y afirmada en la concepción de un orden público basado en el Estado de Derecho, donde las corporaciones solo tienen el espacio respetado de la defensa de sus intereses, pero no el de compartir la conducción pública.

Naturalmente, hay di- ferencias con el Partido Nacional y las hubo también históricamente en su seno. En la política exterior, por ejemplo, en su tiempo el Batllismo compartió con el Nacionalismo Independiente principios análogos, distantes muchas veces del Herrerismo, pero esa es la historia y no el presente. Por eso se equivocan quienes, desde el ángulo nacionalista, cuestionan todavía al Batllismo, como suele ocurrir en algunas ocasiones (felizmente pocas) en este diario pluralista y generoso; o quienes se deslizan a hablar de un gobierno “nacionalista” cuando nuestro Presidente ha definido la coalición como “multicolor” y, para orgullo de todos, ha instalado un estilo republicano que el país reconoce.

La “cizaña” que, como ha dicho El País, se intenta desde la intelectualidad frentista, no germinará en nosotros. Debemos lograr que no se la ayude desde ningún otro ángulo y podamos así llegar a una nueva generación, para que asuma que es la realidad la que enterró la concepción socialista. Y que esa realidad es la verdad.

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