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Israel y el dilema que plantea Irán

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Cuando el ayatola Ruholla Jomeini derribó la despótica monarquía del sha Pahlevi, entre los objetivos que planteó a la naciente teocracia ya estaba la destrucción de Israel. No obstante, la revolución que impulsaba tenía como objetivo inmediato generar revoluciones encabezadas por las comunidades chiitas de los países árabes para convertirlos en teocracias calcadas del modelo iraní.

Desde finales del siglo 20, ese objetivo fue articulándose con el de destruir el Estado judío para que en toda Palestina impere una teocracia, aunque sea sunita como el pueblo palestino. Lo que no aprobaba era el plan secular de la OLP, que seguía el modelo del nacionalismo pan-arabista que tuvo en el líder egipcio Gamal Abdel Nasser a uno de sus grandes impulsores.

Israel nació teniendo por enemigos a todos los países árabes pero, a esta altura de su historia de resistencia contra la fuerza expulsiva que enfrentó desde el primer momento, parece tener un solo enemigo: la República Islámica de Irán.

Los frentes de guerra que tiene Israel desde la última década del siglo pasado son varios, aún así, el enemigo es uno. Ocurre que la teocracia chiita tomó la forma de un pulpo cuyos tentáculos llevan años atacando al Estado judío. Lo que debe reflexionar Israel es sobre su aporte al surgimiento de esos tentáculos que hoy lo atacan simultáneamente, cumpliendo el rol de brazos ejecutores del régimen que los financia, adiestra y suministra armamentos: Irán.

Hezbolá nació tras la invasión israelí del Líbano en 1982, operación que comandó Ariel Sharon y que expulsó a la cabeza de la OLP de Beirut a Túnez. Que Yasser Arafat y su generalato hayan tenido que alejarse del territorio palestino, sugiere que la llamada “Operación Paz en Galilea” fue un éxito. Pero el surgimiento de Hezbolla lo desmiente. Tiempo después se supo que el precio de aquella victoria sobre la OLP y sus fedayines fue demasiado alto y, hasta el día de hoy, Israel lo está pagando con sucesivas guerras cuya reiteración ha vuelto letárgicas.

Hasta la invasión israelí, que incluyó las masacres en los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila que perpetraron las falanges maronitas con la vista gorda de Ariel Sharon, la comunidad chiita libanesa tenía sólo una milicia, Amal, que significa Esperanza, lideraba Nabih Berri y tenía como objetivo mejorar la posición de los chiitas en el esquema de poder que había dejado el colonialismo francés.

Israel también tuvo que ver con el surgimiento de Hamas. Antes de convertirse en el Movimiento de Resistencia Islámica, con la milicia Ezzedin al Qassem como brazo armado y la Yihad Islámica Palestina como aliado, fue una organización religiosa de socorros mutuos creada por un seguidor de la Hermandad Musulmana: el jeque Ahmed Yassin.

Como Israel no quería canalizar las ayudas económicas y alimentarias a los palestinos a través de las organizaciones ligadas a la OLP, lo hizo a través de esa versión musulmana de Cáritas que encabezaba Ahmed Yassin y, durante la primer Intifada, se transformó en la organización terrorista que ha perpetrado decenas de masacres de israelíes a través del terrorismo contra blancos civiles.

Hoy, el ejército israelí libra una guerra brutal contra esa organización que impera desde hace décadas en la Franja de Gaza. Combatirla le está costando al Estado judío un precio descomunal en imagen ante el mundo.

Sólo con el tercer tentáculo del pulpo iraní no tiene relación el accionar israelí. Los hutíes provienen de tribus yemeníes que profesan el chiismo, por lo tanto, igual que los tentáculos sirio, iraquí y libanés, tienen ese rasgo religioso en común con la cabeza que los articula.

Sólo Hamas no es chiita. Los palestinos son sunitas, pero como la organización que impera en Gaza ha perdido apoyos árabes, con excepción de Qatar, tiene que aceptar su rol de tentáculo de Irán en la guerra que apunta a la destrucción y desaparición de Israel.

El primer ataque directo de Irán contra el país de los judíos es un punto de inflexión en este viejo conflicto. Lo que no está claro es lo que viene a continuación. Si el gobierno israelí sigue el consejo de Estados Unidos, Europa y países de la Península Arábiga, no responderá el ataque iraní que pudo contener con su Cúpula de Hierro pero, también, con el accionar del fuego antiaéreo jordano y el accionar de aviones norteamericanos y británicos que derribaron muchos drones y misiles en vuelo hacia Israel.

Teniendo en cuenta su necesidad de no profundizar el aislamiento que le genera su operación militar en Gaza y la preocupación de sus aliados para evitar el riesgo de una escala de consecuencias impredecibles, si la decisión es responder el ataque recibido lo más inteligente sería hacerlo de un modo diferente.

Por ejemplo, Israel ya ha realizado ataques cibernéticos a Irán y ahora podría ejecutar uno más neurálgico. La cuestión es que la respuesta no debe parecerse a una acción bélica como la que lanzó el régimen de Alí Jamenei sobre Israel. Falta ver si el gobierno extremista de Netanyahu se guía por la inteligencia o por las emociones viscerales.

Lo segundo implicaría riesgos de alcances impredecibles.

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