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El liberalismo y sus desencantados

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hernán bonilla
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Dos años y cuatro meses después de la última columna en El País, es especialmente grato sentarse frente a la computadora para trabar nuevamente contacto con los lectores.

La variedad de vocaciones entre los seres humanos es enorme, la de quien escribe es tratar de aportar, en la medida de lo posible, algo sobre las ideas que influyen en el devenir de una sociedad, en este caso, la nuestra, la particular subcultura de la sociedad uruguaya.

Algunas cosas han sucedido en el mundo en este casi medio lustro, entre ellas la irrupción y retroceso de una pandemia, una guerra en Europa, cambios políticos relevantes en Estados Unidos, Alemania y nuestro propio continente, una economía mundial con alta inflación e inestabilidad, entre muchas otras. Han corrido ríos de tinta sobre el destino de la democracia y de la libertad, atacada desde los populismos de izquierda, de derecha e indefinidos, como analiza Francis Fukuyama en su último libro “Liberalism and its discontents”, publicado este año.

Para quienes compartimos la idea de que el liberalismo no solo es una doctrina vigente, sino indispensable para lograr una vida digna de ser vivida para las personas al tiempo que permite el desarrollo económico, la mejora de la calidad de vida y la superación de la pobreza, el ataque al que se encuentra sometido no es un tema menor.

“Es claro que el liberalismo ha estado en retroceso en los últimos años” comenta Fukuyama. Y agrega: “Las amenazas al liberalismo no son simétricas. La que viene de la derecha es más inmediata y política; la de la izquierda es fundamentalmente cultural y, por lo tanto, de acción más lenta.” Distingue entre liberalismo y democracia, señalando que: “El liberalismo en el sentido que estoy utilizando se refiere al Estado de Derecho, un sistema de reglas formales, que restringen los poderes del Ejecutivo, aún si ese Ejecutivo está legitimado democráticamente a través de una elección.”

Desarrolla la idea que las sociedades liberales tienen tres justificaciones. La primera es pragmática, el “liberalismo es una forma de regular la violencia y permitir que personas diversas convivan en paz”. La segunda es moral, “protege la dignidad y la autonomía humana -la capacidad de cada individuo de realizar sus propias decisiones.” La tercera es económica, el “liberalismo promueve el crecimiento económico y todo lo bueno que viene a partir del crecimiento, al proteger los derechos de propiedad y la libertad de comerciar.”

Fukuyama luego va desplegando las críticas a derecha e izquierda, en un análisis con puntos altos y otros discutibles, en particular, su crítica al llamado “neoliberalismo” no tiene la misma profundidad que su crítica a la izquierda, lo que no es casual. Como el propio autor señala, la crítica -justa y merecida- a los enemigos por derecha es más inmediata y pragmática. Vale decir, si Trump se quiere llevar puesto al Congreso es un contrincante peligroso y como tal debe ser tratado.

La amenaza por la izquierda es cultural y más profunda y, por lo tanto, a largo plazo más peligrosa porque subvierte las propias bases y fundamentos de una sociedad libre. El tema da para mucho más, así que gracias a la generosidad de este querido diario que vuelve a recibirnos, lo seguiremos en las próximas semanas.

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