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El Uruguay sindical

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HEBERT GATTO
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Pese a que según un reciente estudio de Opción Consultores un 54% de los uruguayos considera que los sindicatos cumplen una función social positiva, no es igual el resultado cuando la encuesta adquiere nombres y apellidos.

En ese caso, el Pit-Cnt presenta una simpatía negativa, similar a la que obtienen sus dos máximos dirigentes. Esto, si bien significa un reconocimiento abstracto de la acción sindical, también revela que en su práctica cotidiana, esa aprobación no se mantiene.

Es notable que estos resultados, positivos para cualquier democracia que se precie -inconcebible sin gremios-, no lleve a los orientales a identificarse con sus sindicatos.

Hasta donde sé, no se ha realizado ninguna medición de su adhesión al reciente paro, pero es difícil pronosticar que el mismo, decretado en plena pandemia, fuera recibido positivamente. Las divisiones entre los propios sindicatos lo revelan. Varios de ellos consideraron que el traslado a los vacunatorios y el trabajo normal en los mismos no aconsejaban medidas de fuerza.

El paro se realizó contra el hambre y la desigualdad, por trabajo y salarios, en defensa de la vida y en solidaridad con 15 profesores sumariados por secundaria por violar la laicidad. Se demandó un ingreso básico transitorio, una canasta eximiendo el pago de servicios públicos, mayor inversión en obras públicas, acceso a la vivienda, recuperación salarial, cuidar el impacto ambiental y otras medidas del mismo orden, incluyendo firmar contra la LUC. Todas, menos la última, políticas presentes en la sociedad ideal, la comunidad perfecta, actualmente encarnada en Cuba y Vietnam del Norte. Por más que hay una de estas demandas que, pese a la ambigüedad con que está formulada, en clave para entendidos, las expresa a todas: “generar cambios sustanciales en las relaciones sociales y factores productivos del país”.

En el lenguaje clásico de las izquierdas las relaciones sociales son las interacciones culturales e institucionales que reflejan, en el plano superestructural, las relaciones de producción, que junto a las fuerzas de producción, expresan a su vez, la conformación económica de toda sociedad. En síntesis, lo que se reclama, lo que subyace a toda esta convencional plataforma, es una revolución económica tendiente a la sustitución de las características que definen la sociedad capitalista, la sociedad en que vivimos, por una de carácter socialista.

Éste es el problema fundamental que desde hace más de setenta años separa al movimiento sindical del resto de la sociedad uruguaya e impide contar con el mismo. Adoptarlo como funcional para la reforma social. Los gremios, en tanto expresan los intereses de los trabajadores, son imprescindibles en una democracia, pero ellos mismos en tanto atrapados por el sueño de una sociedad proletaria revolucionaria que concluya definitivamente con “las relaciones sociales” capitalistas, no son democráticos. Su utopía, la que organiza su estrategia, no coincide con la que mantiene la generalidad de los uruguayos, ni siquiera representa ya a todos los que militan en el Frente Amplio. Pero es ella, en el fondo, la que explica todas sus diferencias, incluyendo su disposición a paralizar la actividad de un país en momentos tan dramáticos para el mismo. 

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