Hay un Chucky en tu futuro

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La moda de adoptar bebés reborn crece en Brasil. Se trata de muñecos hiperrealistas, inventados en EE.UU., que no solo se asemejan a los verdaderos recién nacidos a la vista y el tacto, sino que pesan igual y, en muchos casos, incorporan recursos tecnológicos que les permiten lagrimear, parpadear, orinarse, balbucear… Los artesanos que los realizan llegan al extremo de implantarles pelo y dibujar venitas y pecas en su piel de silicona, idéntica a la real. Se habla de costos variables, que van de US$ 150 a US$ 2.000, y de que el mer-cado global actual del producto es de US$ 200 millones.

Al principio la idea se vendió como sofisticados muñecos para niños, luego se halló una utilidad práctica para los rodajes de películas o espectáculos en vivo, sustituyendo a bebés reales. De pronto empezó la demanda de mujeres y hombres adultos: primero en calidad de coleccionistas, luego como compensación afectiva ante la pérdida de embarazos o el fallecimiento de hijos. Pero la popularidad del producto se da cuando se instala la moda de comprar uno de estos muñecos y atenderlo y cuidarlo como a un bebé real. El marketing hizo su trabajo: creó la extensión de línea con una vasta gama de productos para esos bebés falsos, desde ropa hasta carritos, cunas, etc.

El publicista argentino Rodrigo Figueroa Reyes ya hablaba en los años 90 del “capitalismo de ficción” siguiendo a Jean Baudrillard, que observaba cómo el sistema económico posmoderno se desarrolla a partir de simulacros, narrativas y símbolos, sin referencia alguna a la realidad.

Se llega a tal punto en la capacidad de sacar rédito económico de la fantasía de las personas, que se crean comunidades de “padres y madres” de estos muñecos, encuentros masivos y comunicación en redes sociales.

La bola se va agrandando y en los últimos tiempos ya llegan de Brasil noticias entre cómicas e inquietantes: una pareja en proceso de divorcio litiga la “tenencia” de su muñequito (hay una explicación pedestre: estaban monetizando muy bien sus publicaciones en TikTok). No solo hay gente que los saca a pasear como un juego: hay quienes los llevan a los servicios de salud para que el médico los atienda. Quienes piden que se haga la parodia de que son vacunados, así lo muestran en sus redes. Quienes los llevan a la iglesia para recibir el sacramento del bautismo. Y se dieron casos aún más insólitos: un hombre en Belo Horizonte increpó a una pareja que se “colaba” en una fila, pensando que el bebé que llevaban en brazos era uno de estos. Le pegó en la cabecita, pero el niño era real (por suerte quedó fuera de peligro).

Hubo también un juicio laboral: una empleada en Salvador de Bahía solicitó licencia por maternidad, para atender a su muñeco. En la empresa la denegaron y le recomendaron recibir asistencia psicológica. Resultado: la señora denunció a sus empleadores por haber sido “privada de sus derechos y expuesta al ridículo”.

AFP informa que en el parlamento de Brasil hay ya tres proyectos de ley para evitar que los recursos públicos de salud se malgasten en esta parodia.

Periodistas argentinos refieren que en el país vecino se están repitiendo fenómenos de este tipo. En el nuestro (adonde hay que venir cuando se acabe el mundo, porque toda tendencia global demora unos años en replicarse), por el momento solo hay oferta de bebés reborn en Mercado Libre y Temu.

Desde China, las mujeres robot también se están imponiendo, solo que por ahora salen más caras que una 4x4. Al precio de un Fusca usado hoy se consigue un “busto parlante”, que acompaña a los hombres incapaces de construir relaciones reales, dándoles charla y sumisión.

Está bien: el amor por un objeto inanimado es un tópico que viene desde la Antigua Grecia, con mitos como los de Pigmalión y Pandora. Surca la historia de la cultura occidental con el impresionante Frankestein de Mary Shelley, la robot humanoide de la película Metrópolis de Fritz Lang y también una de las más creativas narraciones de la literatura uruguaya: Las hortensias, de Felisberto Hernández.

Lo significativo es comprobar cómo el mercado premia esta fantasía de maternaje justo en la misma época en que mucha gente le escapa a tener hijos, ya sea por razones económicas como por la “incomodidad” que acarrean: lloran, cuestan plata y de grandes te cuestionan, ¿viste? Se elige un entretenimiento pueril, en lugar de la responsabilidad trascendente que construye familia, comunidad y nación.

Hace unos días, leyendo sobre el integrismo islamista (una plaga que no desvela a muchos de mis colegas escritores, últimamente dedicados a firmar enérgicas proclamas contra Israel a pedido de la reciente declaración del Frente Amplio), me enteraba de la frase acuñada por los fanáticos de Hamás: “Nuestra principal arma es el vientre de nuestras mujeres”.

Tan simple como eso: ellos no respetan sus derechos, las sojuzgan impiadosamente y las condenan a parir sin cesar, mientras los occidentales progres ahorramos en bebés y nos divertimos con muñequitos.

Así no hay civilización que aguante.

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