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Fuerzas parejas no contiguas

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El pensamiento abstracto procura concretarse, busca aterrizar, como se dice vulgarmente. Lo abstracto se convierte o bien en una larga explicación o bien en una imagen que, como dicen, si es buena vale más que mil palabras.

Si pensamos el escenario político de nuestro país inmediatamente se nos forma en la mente la imagen de dos campos, de fuerza o dimensión pareja, compitiendo y disputando la totalidad del espacio: el Frente Amplio y la llamada Coalición Republicana. Esas dos fuerzas enfrentadas llenarían todo el escenario.

La propia legislación electoral vigente desde la última reforma conduce a eso en cuanto ha establecido un proceso electoral de varios escalones pero que al final tiene solo dos casilleros; se enfrentan dos y solo dos: el que no encuentra lugar en uno u otro de los dos casilleros no juega.

Pero esa imagen no es del todo exacta e induce a errores graves de apreciación. No hay dos fuerzas enfrentadas que ocupan absolutamente todo el espacio político y tampoco esas dos fuerzas están contiguas. Se las ha imaginado y descrito como separadas por un alto muro, que hace muy difícil el trasiego entre uno y otro campo. Pero la imagen que corresponde y es más fiel a la realidad no es la de un muro separando los dos campos sino la de un lago o un mar con dos orillas distantes. Y ese espacio, ese mar imaginario, está poblado por uruguayos que no son ni frentistas, ni blancos, ni colorados ni nada: se los llama indecisos, indiferentes o independientes. Este espacio es el que define, en último término, el resultado de las elecciones, según se incline hacia una u otra de las orillas.

Hay quienes piensan que es una vergüenza que las elecciones en nuestro país sean definidas por los indecisos. No es así: las elecciones las define el Partido que haya sido capaz de convencer o atraer a esos ciudadanos que habitan el vasto espacio entre los dos polos políticos.

Siendo este el escenario político -dos fuerzas parejas y un contingente “independiente”- la Coalición Republicana o el Partido Nacional (que me interesa más en este caso) debe adaptar su estrategia, su discurso y su idioma político a ese escenario.

Pensar en términos bélicos, que los blancos vamos a ganar la elección infligiendo bajas al adversario mediante la exhibición pública de sus faltas o de sus contradicciones es una equivocación. El discurso de descalificación del adversario solo produce una respuesta idéntica del otro lado y la consiguiente degradación de la vida política. El fuego cruzado de agravios enardece a los respectivos núcleos de militantes inamovibles (la hinchada) pero termina desilusionando a los integrantes de ese amplio espacio -el lago de orillas distantes- que son quienes definirán la contienda al final.

El discurso político inteligente, aún para este primer escalón de las internas, es el discurso que no olvida y no deja para después la atención al espacio “movible”, donde están los que definen. Y en ese espacio -lo hemos señalado muchas veces- se han registrado cambios importantes en lo que va de este período de gobierno. Se registra un cambio en el estado de opinión, en el ánimo general, en el Zeit Geist. Es poco inteligente actuar como si todo fuese como antes, como si el Uruguay de hoy fuese el mismo que el de ayer.

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