Extrema culpa

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Dos hechos trágicos han marcado la semana. Al menos en materia informativa, no así en las charlas cotidianas, ya que la sociedad parece anestesiada ante las dos enfermedades, cuyos síntomas visibles se robaron los titulares en estos días. El primero fue el asesinato de 4 presos en el Comcar, o como se llame esta semana ese centro penitenciario, que poco tiene que envidiarle a las mazmorras medievales. Resulta que propios compañeros de padecimiento carcelario, rociaron con nafta a estas pobres personas, y las prendieron fuego vivas, como pena por violar alguna formalidad tumbera.

La noticia, no es noticia, ya que por año mueren entre 30 y 50 presos asesinados en las cárceles uruguayas. Aunque en este caso el tema tuvo 5 minutos de fama extras, porque alguien difundió una foto terrible, que muestra los cuerpos calcinados y retorcidos, cual imagen de romanos de Pompeya. Eso sí, el debate fue sobre la ética de difundir esa imagen, y no sobre la de tener a 5 mil compatriotas viviendo en esas condiciones.

Casi tan trágica como todo ese tema, fue la reacción política. En especial por parte del responsable final de esa tragedia, el ministro del Interior, Carlos Negro, quien no tuvo mejor idea que decir que eso fue culpa de la LUC. Es difícil imaginar qué es más impactante de lo que dice Negro. Si la ignorancia, teniendo en cuenta que cosas como esta vienen pasando desde hace décadas. Si el nivel de barrabrava partidario, capaz de apelar a una excusa tan básica para justificarse, y si ya lo poseía Negro cuando fungía de imparcial fiscal de la nación. O que lo haga con ese look de Tommy Shelby arrabalero, que ha tomado desde su llegada al cargo.

En el otro extremo hay que mencionar por la positiva el rol de la senadora Bettiana Díaz, que pese a tener habitualmente un papel de peleadora callejera política, se remangó y se fue al Comcar a dar la cara con los familiares. Y esa es dura, ¿eh?

El otro episodio, es el de las cuatro personas que murieron en la calle, en este crudo inicio del invierno austral. También, el tema nos ha conmovido a los que redactamos los títulos de la prensa, pero no mucho a la sociedad en general. Incluso nuestra hipersensible pequeña burguesía urbana, moderó su impostada indignación habitual. Esa que si esto hubiera pasado hace un año, hubiera marchado a 18 de Julio a mostrar su furia ante el desprecio del neoliberalismo por la vida humana. Pero como ahora está en el Mides una selección de lo más graneado de nuestra facultad de Ciencias Sociales... bueno. ¡Hay que darles tiempo para trabajar, che!

Estos dos temas tienen una conexión obvia. Todos los estudios muestran que un porcentaje enorme de la población que vive en las calles, sobre todo los más problemáticos, son gente que está inmersa en el ciclo de puerta giratoria de nuestras cárceles.

Es que si ya uno viene medio abollado , una “pasantía” en alguno de nuestros hermosos centros carcelarios, es más que suficiente para que nunca más se pueda insertar en algo parecido a una vida social.

Pero es como que la gente no lo quiere ver. En el diario hemos hecho mil notas sobre las cárceles, y la realidad es que nadie las lee. La gente parece creer que, bueno, hay otras prioridades que invertir en eso. ¿En serio? ¿Es más urgente para Uruguay invertir 32 millones de dólares en una estancia para beneficiar a 16 colonos, que humanizar el sistema carcelario?

Lo opuesto ocurre con la gente en la calle. El debate es entre si tienen derecho a vivir allí, si es correcto internarlos compulsivamente, si lo humano es mostrarles empatía. Nada de eso.

Esto es bien simple, una ciudad no es una creación espontánea. Es el fruto de la asociación de un grupo de personas, que se juntan para vivir en conjunto, pagan el mantenimiento de las calles, veredas, e infraestructura común. Y sacrifican algunas libertades, en aras de lograr los beneficios que brinda la comunidad. Y no, esa asociación no incluye el derecho a vivir bajo el pretil de la casa de alguien, y cagarle en el contenedor de basura de la esquina. La sociedad, como mucho, tiene la responsabilidad de ofrecer a la persona que está en la mala, programas para mejorar, y un lugar digno donde dormir en las noches, e ir al baño en el día. Si a usted no le gusta eso, bueno, lástima. Pero no se puede tener a un millón y medio de personas, rehenes de 2 o 3 mil. No es sustentable, y es el caldo de cultivo de un choque social mucho peor. Les guste o no a muchos, esa es la realidad.

Es que en estos temas, la sociedad parece ser víctima de los extremos. Por un lado del discurso de los “mano dura”, que dicen que poco menos está bárbaro que los presos se mueran de hambre (“algo habrán hecho”), y por otro de los “fallutosensibles”, que si decís que no se puede permitir vivir en la calle, te espetan que el problema es que no los querés ver.

En el medio, un país donde la convivencia se hace cada día más ingrata, y más injusta. Para todos.

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