Sin vocación científica puede decirse que en el continente americano hay una América europea, una América indígena y una América de raíz africana.
La de origen europeo y raza blanca es posterior al descubrimiento y la conquista. La indígena es la que proviene de quienes ocupaban el suelo continental al llegar los colonizadores. Y la de origen africano notoriamente nace con el tráfico de esclavos y la forzada y extendida migración provocada por tal comercio.
Mientras que en el norte del continente fundamentalmente los anglosajones y holandeses, desarrollaron contra los indios una relación de enfrentamiento que terminaría con la victoria por muerte de los más fuertes, no ocurrió siempre así con portugueses y españoles. Los colonizadores portugueses que pertenecían a un estado de reducidísima población, colonizaron a base de reproducirse mezclándose con los elementos poblacionales a los que dominaban, de lo que es testimonio Brasil y su pueblo color "café cum leite", cuyo proceso sociológico es brillantemente descrito en la obra clásica "Casa grande e senzala", del brasileño Gilberto Freyre.
Si los portugueses se mezclaban con indios y esclavos, no era sustancialmente distinto el comportamiento de los españoles, que devino luego en circunstancias de explotación y feroz sometimiento. Cuando el primer viaje de Colón, los indígenas lo recibieron en el Caribe afectuosamente. Algunos españoles se asentaron en el lugar de llegada cuando la flota del Descubrimiento retornó a los orígenes. Al volver Colón al lugar en que habían permanecido los tripulantes mencionados, en su segundo viaje, advirtió que los indios les habían dado muerte a causa de que quisieron apropiarse —libaciones autóctonas mediante— de las mujeres de los indios.
Con limitación de espacio, yendo a lo concreto, agredidas por los conquistadores las grandes civilizaciones azteca, maya e inca, y otras de menor relevancia y significación, lo cierto es que —tema que a los uruguayos no nos es cotidiano— vastas regiones territoriales y humanas del continente latinoamericano nunca superaron el choque con el hombre blanco y, si bien limitados por las imposiciones de la conquista, millones de mujeres y de hombres han permanecido aferrados a su cultura primera, en el sentido más amplio de la palabra, incluyendo idiomas y costumbres.
En esta situación se ubica la presencia del nuevo presidente de Bolivia, Evo Morales, cuya informal imagen y vestimenta se ha paseado ante el mundo, como expresión de ruptura con las formalidades y protocolos de una civilización que no siente como propia. Y, a la que además, acusa de apropiarse de lo que sus ancestros poseían con legítima vocación de dominio.
Los hidrocarburos, el gas natural y la coca, son temas que están en la agenda del nuevo mandatario boliviano. Y su relacionamiento e integración a la realidad internacional, sin abdicar de las reivindicaciones indígenas históricas, promueven una convocatoria a la atención sobre un proceso absolutamente caracterizado.
En medio del variopinto continental, para nuestro país se refuerza la necesidad de una política exterior lúcida y de Estado. Las evidentes carencias actuales sobre lo primero eximen de comentario. Sobre lo segundo, el tema de las papeleras ha dado prueba al gobierno y al país, respecto a que la oposición actual —a diferencia de lo que pasaba antes— sabe conjugar el verbo del interés nacional y que puede contar con su respaldo.