Eutanasia y lógica

Hace un año en El PAÍS, Gina Montaner cuenta, en su columna titulada “Una muerte muy dulce”, cómo su padre Carlos Alberto Montaner recibió la muerte asistida en España, donde la eutanasia es legal.

“Unos años atrás le habían diagnosticado una Parálisis Supranuclear Progresiva. Mi padre luchó con perseverancia contra el avance de la enfermedad, pero cuando advirtió que más pronto que tarde su actividad intelectual, que había sido su brújula desde joven, se desvanecería, tomó la decisión (muy meditada) de solicitar la eutanasia.”

“A lo largo de su vida luchó por la libertad en Cuba, su país natal y de donde tuvo que huir por la dictadura castrista; también luchó a favor de las libertades individuales porque creía en el modelo de las democracias abiertas. Mi padre era un liberal en el sentido más amplio.”

Hace unos días publiqué una columna sobre eutanasia. Me sorprendió la respuesta de Álvaro Ahunchain, alguien a quien habitualmente disfruto leer y casi siempre coincido con sus ideas. Demostró mucho enojo y calificó mi nota como “cañonazo viciado de ignorancia prejuiciosa”.

Se agravia cuando se asocia la prohibición de la eutanasia a la fe religiosa, ya que él se proclama un “agnóstico rabioso”. Conozco varios teístas y ateístas rabiosos, pero los agnósticos suelen ser serenos.

El agnosticismo es la actitud filosófica que declara inaccesible al entendimiento humano todo conocimiento de lo divino y de lo que trasciende la experiencia.

Considera que no es posible conocer entidades metafísicas y suspende el juicio, pero Dios no es el único objeto metafísico. También lo es, por ejemplo, “la vida”, no la de una u otra persona, sino como un concepto abstracto, y en eso no existe ninguna diferencia con el discurso religioso que dice defender la vida, la familia, la naturaleza y que abomina de la productividad y el goce hedonista.

No he podido encontrar ninguna diferencia entre los conceptos de Ahunchain y los de Sturla, Pastorino, Manini y otros fieles católicos con respecto a su objeción a la eutanasia.

Encuentro que están peleados con la Lógica. Invierten 180 grados el sentido del proyecto que es a favor de la libre decisión del paciente sobre su vida y lo convierten en una víctima y al médico que lo comprende y ayuda, en un asesino que deberá ir preso como manda la ley actual.

Privan a los demás de un recurso que ellos no van a usar. Es similar a oponerse al divorcio. Quienes están felizmente casados y no piensan divorciarse, no por eso se oponen a que exista una ley de divorcio pretendiendo que destruye a “la familia”, o a la ley transgénero porque va contra “la naturaleza”. Siempre en clave metafísica y no humanista.

Hay un razonamiento circular cuando dicen que una persona con sufrimientos insoportables no es capaz de dar consentimiento. Pero quien no tiene sufrimientos físicos o morales, es obvio que no pedirá la eutanasia.

Quedan encerrados en una paradoja como en la novela “Trampa 22”.

Apelan a la Ética para justificar su postura, pero la Ética es una rama de la Filosofía que estudia lo bueno. Los filósofos tienen distintas posturas que van desde el escepticismo a las diversas maneras de considerar qué es lo bueno.

La Ética es materia de investigación, no de prescripción.

Cuando dicen que algo es contrario a la ética es porque se opone a su concepción de la virtud. Insisten con que la sedación paliativa es moralmente superior a la eutanasia. Sin embargo, una publicación de un equipo de cuidados paliativos del Hospital Militar concluye:

“El intervalo entre el inicio de la sedación y el fallecimiento fue de 2,6 días.” (SANTOS, David et al. Sedación paliativa: experiencia en una unidad de cuidados paliativos de Montevideo. Rev. Méd. Urug. vol. 25 no. 2)

¿Cuál es la superioridad moral en morir en 2,6 días en lugar del día que el paciente dispone? ¿Por qué es mejor morir inconsciente y no en plena lucidez? ¿Por qué se prefiere la muerte sin autorización explícita del enfermo y sin control externo ninguno?

Estoy segura de que la mayoría preferirá una muerte dulce como dice Gina Montaner:

“A pesar del profundo dolor que siento por su pérdida, celebro que mi padre pudo despedirse como él lo deseaba: por medio de una muerte digna, que lo libró de un deterioro definitivo que para él era inaceptable. Mi padre vivió y murió libremente. Ganó la más primordial de las batallas.”

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