Entre tocayos: la polémica fundante

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La muerte de Mario Vargas Llosa me trajo a la memoria su intercambio de opiniones políticas con Mario Benedetti, un acontecimiento singular en el debate intelectual contemporáneo.

Ese gran proyecto periodístico de la salida de la dictadura que fue el semanario Jaque, creado por el amigo Manuel Flores Silva, publicó una separata completa con las piezas literarias de la polémica, que recuerdo haber devorado a mis inquietos 22 años.

Todo empezó en enero de 1984, cuando Vargas concedió una entrevista a la revista Panorama, donde apuntó contra los escritores funcionales a las dictaduras de izquierda. “Entre los intelectuales europeos de izquierda ha tenido lugar un saludable replanteamiento, pero en América Latina la mayoría baila aún obedeciendo a reflejos condicionados, como el perro de Pavlov”, decía allí el escritor peruano. Solo salvaba a Octavio Paz, Jorge Edwards y Ernesto Sábato, quienes notoriamente se posicionaban como librepensadores. No dudaba, en cambio, en criticar en forma explícita a García Márquez, Benedetti y Cortázar: “Estos son los más ilustres, pero luego hay un número infinito de intelectuales medianos y menores, todos perfectamente manipulados, subordinados, corruptos. Corruptos por el reflejo condicionado del miedo de afrontar el mecanismo de satanización que posee la extrema izquierda”. El periodista Valerio Riva no hizo honor a la precisión conceptual de su entrevistado: con un criterio algo amarillista tituló la nota “Corruptos y contentos”, generalizando una acusación que el escritor dirigía a “intelectuales medianos y menores” entre los que no incluía a los tres más ilustres.

Pero Benedetti no se la dejó pasar. Tituló su respuesta “Ni corruptos ni contentos” reclamando que “a un intelectual del alto rango artístico de Vargas Llosa debe exigírsele una mínima seriedad en los planteos políticos, particularmente cuando estos ponen en entredicho la probidad de sus colegas”. No sin razón, reprocha a su par peruano por menoscabar así una ideología que motivó que muchos colegas fueran censurados, perseguidos, torturados y desaparecidos por las dictaduras latinoamericanas. Pero la réplica posterior de Vargas Llosa aclara los tantos: “El problema no está en la brutalidad de nuestras dictaduras, sobre lo que Benedetti y yo coincidimos, así como en la necesidad de acabar con ellas cuanto antes. El problema es: ¿con qué las reemplazamos?, ¿con gobiernos democráticos, como yo quisiera?, ¿o con otras dictaduras, como la cubana, que él defiende?” Poniendo como ejemplos a Carpentier y Neruda, observa de este último que “gracias a Neruda, incontables latinoamericanos descubrimos la poesía; gracias a él -su influencia fue gigantesca-, innumerables jóvenes llegaron a creer que la manera más digna de combatir las iniquidades del imperialismo y de la reacción era oponiéndoles la ortodoxia estalinista”.

Vea el lector por qué califico la polémica como fundante: pasaron 41 años desde esta frase escrita por Vargas Llosa para El País de Madrid y, vergonzantemente, mantiene absoluta vigencia. En círculos políticos, intelectuales y académicos, se sigue discutiendo de lo mismo, como si el pensamiento latinoamericano caminara a contrarritmo de los desarrollos científicos y tecnológicos globales. (Ayer nomás escuché a un ministro de nuestro gobierno, Juan Castillo, calificar de democrático el sistema centralista que impera en Cuba). Aquel debate, surgido cuando Uruguay se sacaba de encima a la dictadura y cuando aún los alemanes no habían derribado jubilosamente el muro de Berlín, sigue vigente en nuestras obsoletas discusiones ideológicas.

Hoy, las reseñas de prensa y los intelectuales unánimemente destacan al escritor peruano por la calidad de su obra literaria, pero muchos de ellos hacen un simpático “disclaimer” contra sus ideas políticas.

Laura Arroyo, una periodista peruana que trabaja en España, eligió picar grueso y se pronunció por “completar los epitafios que están obviando algunos aspectos de este personaje”, a quien ridículamente califica de “intelectual orgánico”, porque supone que el mandato de Gramsci se aplica igual entre quienes adherimos al liberalismo. Lo define como un “intelectual comprometido con las élites y sus privilegios” y un “emblema de los think tanks ultrarreaccionarios”, que usó su fama para “desplegar un clasismo perverso que es habitual en la academia eurocéntrica y blanca”.

Así de descalificador es “el mecanismo de satanización que posee la extrema izquierda”, que el propio Vargas Llosa declaró en 1984 no tener miedo de enfrentar. Creo que tanto disparate proferido por la periodista Arroyo avergonzaría sin duda al mismo Mario Benedetti. Lo interesante es observar cómo las polémicas de antaño, tan severas como inteligentes, hoy se perpetúan pero con simplificaciones de barricada, donde dictaduras cruentas como las de Cuba y Venezuela se defienden a costa de embarrar impunemente a quienes valientemente las combaten.

A mí cuéntenme del lado Vargas Llosa de la vida. Hasta siempre, maestro.

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