Pablo Da Silveira
Los dos delegados docentes que formarán parte del Codicen durante los próximos años se llaman Néstor Pereira y Daniel Guaseo. Búsqueda los entrevistó recientemente. De esas declaraciones surge que una de sus mayores preocupaciones es el control de la enseñanza privada. Pereira exige que haya más inspectores dedicados a visitar esa clase de institutos, porque en las condiciones actuales "es imposible que haya control". Guaseo teoriza sobre los riesgos de confundir libertad de enseñanza con libertad de empresa. Sus palabras ofrecen varios motivos de preocupación.
Pereira como Guaseo son docentes de larga data y alta dedicación. Son también dirigentes gremiales con suficiente trayectoria como para haber sido candidatos oficiales de los sindicatos. Estamos, por lo tanto, en presencia de dos protagonistas de primera línea de la vida educativa. Su capacidad de influir no nació con la elección de los representantes docentes, sino que venía de antes. Si los eligieron, fue precisamente porque no eran dos desconocidos. Pese a eso, ninguno de los dos parece sentir la más mínima responsabilidad ante el lamentable estado en el que se encuentra nuestra educación.
Hubiera sido muy bueno que los nuevos representantes docentes hubieran empezado pidiendo perdón ante sus conciudadanos por haber contribuido a crear (o, como mínimo, por no haber podido evitar) la consolidación de un estado de cosas que se prolonga desde hace años. Hubiera sido bueno, por ejemplo, que hubieran pedido perdón como docentes por los modestísimos resultados que obtienen los estudiantes uruguayos en las pruebas internacionales de aprendizaje, por las altísimas tasas de deserción en la enseñanza media (las más elevadas de América del Sur) o por el deterioro del clima de convivencia en los establecimientos educativos que constituyen su lugar de trabajo. Hubiera sido muy bueno que, como dirigentes gremiales, hubieran pedido perdón a los contribuyentes por haberles exigido durante estos años un gran esfuerzo económico que no tuvo casi ningún impacto educativo.
Pero nada de eso ocurrió. En lugar de hacerse cargo de la parte que les toca, los nuevos representantes docentes hablaron de otro tema y volvieron a hacer pública una obsesión que se viene manifestando desde el Debate Educativo de 2006. Se trata de la obsesión por el poder, que se traduce en una vocación desenfrenada por fiscalizar, centralizar y homogeneizar. "Control" es la palabra mágica. Y se la usa sin hacerse preguntas sobre las credenciales de quien quiere ejercerlo, ni preguntarse tampoco qué ocurriría si ese control se pone en manos de quienes han venido fracasando en lo que hacen.
Antes aun de haber asumido sus cargos, los nuevos delegados docentes están confirmando los peores temores sobre lo que nos espera. Y ciertamente no se trata de algo casual. Ya en el siglo XVIII, el gran Condorcet (una de las glorias intelectuales de la Revolución Francesa) se oponía a que los docentes "gobiernen nada en común", porque "animados por el espíritu de cuerpo, intentarían invadir aquello que se les habría permitido compartir".