Si el primer duelo Biden-Trump fue una novela de suspenso y tensión, la secuela que se dará en noviembre será un drama. Salvo los ultraconservadores que votarían al magnate neoyorquino aunque compitiera contra un clon de George Washington, para el amplio espectro que va desde la izquierda hasta la centroderecha, se trata de elegir entre opciones desoladoras.
Sólo porciones minoritarias del centro y la centroizquierda votarán por Joe Biden convencidas no sólo de que es imperiosamente necesario salvar a la democracia norteamericana de un nuevo gobierno de Trump, sino de que el actual presidente es un buen gobernante y conserva la lucidez necesaria para asumir otro mandato.
Para el resto de los votantes moderados, se trata de elegir entre lo malo y lo peor. Por cierto, el grueso en esa franja centrista, sobre todo de centro y centroizquierda, votará sin dudas a Biden. Pero cuestionándole muchas cosas, entre ellas que se haya empeñado en buscar la reelección cuando su edad y las fragilidades físicas que implica recomendaban un paso al costado.
También son flancos débiles del candidato demócrata la crisis migratoria en la frontera con México y su fracaso en lograr que Netanyahu detenga la guerra en la Franja de Gaza que ya dejó decenas de miles de civiles muertos bajo las bombas israelíes, entre los cuales muchos miles son niños.
La irrupción de un voto protesta en las primarias demócratas en Michigan, que repitió luego en otros estados donde se votó en el supermartes, muestra que en las bases del partido de los progresistas estadounidenses decenas de miles musulmanes y de jóvenes que apoyan la causa palestina, podrían no ir a votar, restándole al presidente sufragios imprescindibles en una elección muy reñida.
Si esos demócratas que protestaron contra Joe Biden por su laxitud frente al gobierno fundamentalista y ultraconservador israelí, recapacitaran antes de la elección de noviembre, acudirían en masa a poner en la urna la papeleta demócrata, ya que Trump es un ferviente partidario de Netanyahu que depondría la presión norteamericana actual para que se aplique “la solución de los dos Estados” y pueda nacer un Estado palestino.
Es absurdo castigar a Biden por ser blando con Netanyahu, permitiendo el regreso a la Casa Blanca de quien trasladó la embajada de Tel Aviv a Jerusalén, apañó la ampliación de los asentamientos de colonos en Cisjordania y justificó las masivas muertes de civiles en Gaza como un derecho incuestionable de Israel tras el sangriento pogromo que sufrió el último 7 de octubre.
Que centroderechistas, centristas y centroizquierdistas favorezcan con el voto o la abstención a Trump, implica también depositar en el Despacho Oval a un admirador de Vladimir Putin que volverá a debilitar la OTAN y destartalar el histórico vínculo entre Estados Unidos y Europa, abandonando a Ucrania frente al ejército invasor y favoreciendo la geopolítica rusa que continuará su expansionismo arrebatando Transnitria a Moldavia y amenazando desde el enclave de Kaliningrado a Lituania y los otros dos países bálticos.
No votar lo que se considera malo permitiendo la victoria de lo que se considera peor resulta incomprensible cuando lo que está en juego es crucial.
Del lado republicano, la capitulación de Nikki Haley no significa haber perdido la esperanza de vencer a Trump, que jamás tuvo, sino haber perdido la expectativa de que alguno de los procesos penales que tienen en el banquillo de los acusados al magnate inmobiliario pueda convertirse en impedimento para ser candidato en noviembre.
La resolución de la Corte Suprema contra un fallo de los jueces supremos de Colorado y a favor de Trump, dejó a la vista que el desbalance a favor de una mayoría conservadora en el máximo tribunal federal que causó su presidencia le permitirá ser candidato aunque estuviera en prisión, de la que por cierto se indultaría a sí mismo ni bien se convierta nuevamente en presidente.