Días después de que una corte federal revocara la decisión de la administración Trump de impedir que Harvard admitiera estudiantes internacionales, el Departamento de Estado solicitó a sus embajadas suspender las nuevas entrevistas para la emisión de visas estudiantiles. Esta suspensión duró unas tres semanas y ahora, aparentemente, se le solicitaría a los estudiantes destrabar sus redes sociales para que puedan ser revisadas.”
Ese mismo día, se emitieron directrices para limitar el número de estudiantes chinos que podrán estudiar en universidades estadounidenses, bajo el argumento de la seguridad nacional. Esto se suma a los casi 2.000 estudiantes que han perdido su estatus en lo que va del año. Muchos seguramente justificados, pero otros, en lo que parece un ataque a la libertad de expresión.
Estas decisiones responden a la política de America First (América Primero), y para el votante trumpista son coherentes: Harvard es liberal y antisemita; los estudiantes chinos van a robar nuestra tecnología; y el resto de los estudiantes internacionales son bienvenidos… siempre y cuando piensen como nosotros.
Es cierto que universidades como Harvard han dejado que el discurso liberal extremista (por no decir wokismo) las domine. Es cierto que China amenaza la supremacía tecnológica, económica y militar de EE.UU. Y también es cierto que hay estudiantes internacionales que aprovechan los beneficios de la libertad de pensamiento y expresión para cometer actos ilegales o violentos (incluso terroristas).
Lo que también es cierto es que Harvard y otras prestigiosas universidades estadounidenses han sido clave en el liderazgo científico y económico de EE.UU., en parte por captar a las mentes más brillantes del mundo. También es cierto que alienar a las élites académicas chinas solamente va a empeorar la situación de enfrentamiento, llevándonos a un mundo más hostil y peligroso. Y también es cierto que en EE.UU. hay más de un millón de estudiantes extranjeros, aportando anualmente cincuenta mil millones de dólares a su economía, subsidiando el sistema universitario. Gran parte de este talento seguramente se quede allí, aportando al crecimiento y desarrollo económico. Si consideramos los premios Nobel de ciencias, el 35 % corresponde a nacidos en EE.UU., mientras que el 51 % corresponde a universidades estadounidenses. La diferencia: los investigadores extranjeros.
Expulsar (o exterminar) a los que piensan distinto, es algo que hicieron nazis y soviéticos. El excepcionalismo estadounidense (que venció a ambos) radica en el poder de la libertad, aunque esa libertad sirva de espacio a quienes piensan distinto.
Si EE.UU. se vuelve un lugar hostil para las mentes más brillantes del mundo, ¿qué autoridad moral tiene frente a la China que tanto demoniza? Si tengo que cuidarme (o temo) antes de opinar o postear en redes sociales ¿qué diferencia hay entre estudiar en Shanghái o en Nueva York?
Los estudiantes internacionales son un aporte positivo a la economía, generan fuentes de empleo, fortalecen el sistema educativo local, enriquecen culturalmente, acercan a su país de origen y se transforman en embajadores del país que los recibió, una vez que vuelven a casa (cuando vuelven). En un mundo cada vez más hostil e incierto, es algo a lo que nuestro país debería apuntar y promover.