El otro gigante sudafricano

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claudio fantini
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Si eres neutral ante una situación de injusticia, has elegido el lado del opresor”.

El autor de esa frase arrojada a la historia como una lanza, fue el hombre de la sonrisa amable cuyo humanismo natural explica el milagro de que concluyera un régimen cruel sin una guerra civil y sin que lo sucediera la venganza de las víctimas contra los victimarios.

Desmond Tutu tenía en común con Nelson Mandela el color de la piel de los bantúes, la sonrisa que irradiaba generosidad y la rebeldía como vocación y como instinto.

El preso 466/64 de la prisión de Robben Island convirtió su celda en la flecha que desangró el apartheid, el monstruoso sistema de segregación racial al que el arzobispo anglicano denunciaba como antihumano en sus sermones cargados de visión cristiana.

Mandela abrazó la causa de la igualdad en el socialismo y Tutu en el mensaje evangélico, pero jamás compitieron ni se recelaron. Ambos se complementaron, generando el movimiento de pinzas que atenazó al apartheid hasta desarmarlo.

El líder al que liberó Frederik De Klerk y se convirtió en el presidente que democratizó Sudáfrica, había pasado por la lucha armada cuando integró el Umkhonto We Sizwe (Lanza de la Nación), brazo armado del Congreso Nacional Africano. Pero en la cárcel insular donde su cautiverio cobró celebridad mundial, entendió lo que el clérigo había comprendido desde un principio: la única arma que podía derrotar a la poderosa minoría blanca, era la lucha no violenta.

Tutu completa la trilogía de guerreros pacifistas que integran Mahatma Gandhi y Martin Luther King.

Hay muchos héroes en la lucha contra el apartheid, como Oliver Tambo y Walter Sisulu. Pero Mandela y Tutu fueron los titanes contra los que no pudo imponerse el poderío económico y represivo de la minoría blanca auto-denominada tribu afrikaans.

El mayor aporte del clérigo pacifista fue desbaratar con sus sermones la patraña lucubrada por los gobiernos blancos para imponer la separación de las razas. El régimen inspirado en las falacias pseudocientíficas del sociólogo y profesor de la Universidad de Stellenbosch, Hendrik Verwoerd, intentaba dividir el mapa sudafricano en “bantustanes” para que cada raza bantú, igual que la raza blanca, habitara su propio territorio y estuiera separado de las demás razas bantúes y de la tribu blanca integrada por descendientes de británicos y por “Boers”, descendientes de holandeses.

No todas las dirigencias étnicas de la mayoría negra rechazaban el apartheid. Mangosuto Buthelezi, el líder del Partido Inkatha, que aglutinaba a la mayoría de la etnia zulu, terminó aceptando gobernar KwaZulu-Natal, la porción territorial que le ofreció el régimen racista.

A quienes, como Buthelezi, aceptaban la lógica del apartheid, Tutu contraponía sus argumentos para mostrarlo como un sistema malvado y brutalmente anticristiano. Y sus argumentos resultaban fáciles de entender y también irrefutables.

Igual que Mandela, fue imprescindible para la caída del sistema de segregación racial y también para que tantas décadas de humillante opresión no desembocara en una guerra civil. Si el final del apartheid no abrió la puerta a una ola de venganzas de los oprimidos contra los opresores, sino que por el contrario convirtió Sudáfrica en una democracia, fue por esos dos hombres.

Pero Tutu no sólo luchó por las víctimas del racismo blanco. También enfrentó la homofobia tan arraigada en el conservadurismo religioso. A pesar de pertenecer a una iglesia que, como las demás en el cristianismo y como el grueso de las r eligiones, consideraba a la homosexualidad una perversión condenable, el arzobispo anglicano defendió el derecho de los homosexuales a no ser despreciados ni marginados, sino aceptados como iguales. Y no fue la única lucha titánica que libró dentro de la religión. También enfrentó a las jerarquías religiosas por su defensa de la eutanasia, denunciando como crueles las resistencias a aceptar la muerte digna con argumentaciones teológicas.

En todos los órdenes Tutu fue coherente con la frase que arrojó a la historia como una lanza. Nunca estuvo del lado del opresor porque no fue neutral en ninguno de los escenarios de la injusticia.

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