El 13 de julio de 1944, en Bretton Woods, Estados Unidos, el economista Harry Desxter White señaló que la paz y la prosperidad universales no se materializarían nunca si ”el estado de militar va seguido de un estado de guerra económica, si cada país, desdiciendo el interés de los demás, batalla exclusivamente por sus interéses económicos del corto alcance”. En tales condiciones “la cooperación internacional era una de las “piedras fundacionales para una paz segura”.
Mal o bien, las instituciones internacionales que se crearon en aquel verano, (FMI, BIRF, OIC,) ordenaron la economía mundial hasta el día de hoy, si bien las grandes naciones de entonces, particularmente su anfitrión americano, las desconocieron cuando ése fue su interés. Algo más de un año después, la aparición de las NACIONES UNIDAS, tendió a consolidar el incipiente multilateralismo, aun cuando la institución mayor mantuvo gran parte de los vicios de sus antecesoras.
Sabido es que el Consejo de Seguridad, mediante el veto de cualquiera de sus integrantes a cualquier resolución de la Asamblea general de la UN, mantuvo el predominio de los llamados “cinco grandes”, EEUU, INGLATERRA, RUSIA, CHINA y FRANCIA. Aun así, por primera vez en la historia, en medio de la guerra fría, emergieron con cierta firmeza principios entre naciones de orden fundamental, como los derechos humanos, la paz, la no intervención y un cierto orden económico. Los más de ochenta años transcurridos desde entonces asistieron no sin interrupciones y caídas, a la vigencia de estos principios.
Hoy las cosas han cambiado dramáticamente. La más rancia derecha nacionalista, encabezada por Donald Trump ha decretado el comienzo de una nueva era.
Tiempos donde los Estados Unidos humillan a sus antiguos socios y vociferan su poder al mundo entero. Imponen sanciones a sus vecinos y los obligan sin disimulos a plegarse a sus intereses. El Partido Republicano, fundado por Abraham Lincoln promueve y aplaude cada uno de estos improperios. Como si las reglas y las buenas formas se hubieran perdido para siempre.
Adiós al internacionalismo, a la vigencia, por más que frecuentemente retórica, del respeto mutuo y la solidaridad entre las naciones. Canadá, Panamá y Groenlandia perderán su independencia, tragados por la voracidad sin límites del capitoste norteamericano. Por su lado Putin al frente de una Rusia imbuída de los principios de Iván el Terrible, Pedro el Grande y Catalina, los zares del imperialismo, invade todo lo que se opone a su paso, empezando con Chechenia o Georgia, siguiendo con Ucrania. La secundan China, Corea del Norte, Venezuela, Cuba, Nicaragua, Bielorusa y duda Hungría. Autocracias de la peor ralea.
Estados Unidos, en un giro de siglos, anuncia encerrarse en sus dominios, los actuales y los que adelanta. Se retira a su esfera de poder, e impulsa un mundo dividido en diferentes esferas de poder, china, rusa y americana al tiempo que desconoce cualquier intento de defender valores en el área internacional. Un planeta que de ahora en más, ignorando siglos de lentas y dolorosas mejorías, vuelve al nacionalismo anterior a la Paz de Westfalia. El peor de los augurios para las nuevas generaciones, sujetas a las decisiones de unos pocos que dominan el mundo.