Confieso que no me gustó nada el año que por estas fechas concluye; si el 2024 empezó mal, termina aún peor. Lo que sucede es un agregado de decepciones, salvo quizás en el ámbito tecnológico donde el progreso, si lo hubiere, resulta aún indecidible en términos humanos. Sí, para centrarnos en el ámbito político, en definitiva el que define la partida, la implosión del totalitarismo comunista al borde de los noventa alentó esperanzas, sintetizadas en las profecías de Samuel Huntigton: la ilusión del advenimiento de un clima armonioso donde imperaría la democracia liberal en su versión occidental, y a su influjo se abriría camino a la equidad. Hoy está hecha añicos. Aun cuando el estadounidense acertara en el recrudecimiento de los dogmatismos religiosos, particularmente, en lo que refiere al mundo islámico.
Basta echar una mirada, ni siquiera profunda, para sentir hielo en las entrañas. EE.UU., la primera potencia política y militar de orbe será dirigida por un desequilibrado, inmerso en un bárbaro nacionalismo tribal, capaz de adoptar cualquier medida para recrearlo. Su última amenaza a la desguarnecida Panamá reclamando su canal es la muestra de su apetito imperial. Su rival más relevante, la China capitalista, continúa manteniendo uno de los regímenes más represivos de la humanidad, con un monolítico partido políticamente estalinista imperando sobre centenas de millones de seres humanos. La India, la nación más populosa del mundo, se aleja a pasos ciclópeos de la democracia dispuesta a unirse con China en el desprecio a los pocos valores que aún, con esfuerzo y temor, conserva Occidente.
Algo aún peor ocurre con la eternamente difícil Rusia, desde siempre frustrada en sus sueños europeos. Un semicontinente que si se sintió potencia durante la triste experiencia comunista, ahora, a influjos de otro delirante revestido con armas nucleares, atemoriza al mundo con su incontinencia. En el espacio latinoamericano, la Argentina oscila entre los desvaríos de otro sicópata autoritario y la reconstrucción de los macro equilibrios capitalistas que en forma minuciosa el peronismo destruyó. Aun cuando tenga éxito en esa misión, nada favorable augura a la hermana democracia argentina. Tan parecida a nosotros, excepto en su desventura.
Brasil lucha por un destino más promisorio, pese a la amenaza nada virtual de un bolsonarismo que repite todos los horrores del trumpismo y que puede prontamente regresar al poder. La confianza en la honestidad de Lula ya no es la que era. Europa, revestida de su sempiterna debilidad, analiza con frustración y temor la llegada al gobierno del delirante presidente norteamericano, mientras sigue predicando no ya un mundo feliz, que no lo es internamente, sino algo más equilibrado. No casualmente continúa amenazada desde adentro por la epidemia de extrema derecha que socava sin escándalo sus jaqueados valores. Allí aparece Italia, Polonia, Hungría, Eslovaquia, Turquía, cada una pronta para ensalzar el localismo xenófobo. Todas aguardando el giro norteamericano.
En el Cercano Oriente, la eterna lucha de Israel por sobrevivir frente a la amenaza islámica, encuentra en el gobierno de Benjamín Netanyahu, una figura que borró los límites entre el patriotismo bien inspirado y un expansionismo sin límites a costa de los vecinos. En una guerra con resonancias internacionales donde ambas partes parecen haber perdido los límites de la decencia, cada una montada como brujas tribales, en su vieja versión del expansionismo nacional. Sólo la esperanza, cada vez más lejana, de dos Estados en ese territorio, aquella que propugnaba Rabin, podría comenzar a erosionar un conflicto sin horizonte de solución. Pero para ello habría que doblegar el caudaloso apetito de los halcones israelíes y el torvo influjo de Irán y sus sectas, convencidas de que su chiismo medioeval es la religión universal.
Esta configuración del mundo. Insolidaria, endogámica, identitaria, ajena a las causas colectivas, competitiva y hostil a los valores humanistas que aportaron las Luces como condensación de un largo proceso civilizatorio es producto de la caída tanto de los principios de la izquierda radical como, por enganche, del centro izquierda social-demócrata.
Bienvenido sea el declive de la primera, lamentable lo sucedido con la segunda, sus falencias, sin compensaciones, han descomprimido el campo crítico propiciando el expansionismo de las derechas extremas que han redescubierto el populismo. La presión del sistema cultural capitalista occidental debe mantenerse y a la debilidad de uno de sus hemisferios, aun cuando pueda justificarse, se corresponde la inflación en el otro. Trump, dotado de instrumentos que habilitan la total extinción de la humanidad, reabre esa amenaza. Putin no le va a la zaga. Paralelamente las predicciones de Huntington se cumplen parcialmente y la contradicción entre Oriente y Occidente resulta cada vez más marcada. Gaza es, hasta ahora, el lugar, la ventana al infierno donde el conflicto civilizatorio se manifiesta.
En la penillanura seguimos ilusionados con que la confrontación no nos alcanza o solo lo hace muy lateralmente. Nos equivocamos totalmente. Es cierto, contraviniendo la tendencia, que la centro izquierda, esta vez manchada de bolcheviquismo, triunfó en el país, pero eso no nos aleja del ocaso de la izquierda radical y de la reaparición de algunas expresiones, aún tímidas de derecha populista. Cabildo Abierto intentó demostrar que no lo era y resultó castigada. Lo cierto es que seguimos enteramente expuestos a los vientos que asolan el mundo y nuestras defensas frente a los huracanes, en especial, las que puedan llegar desde nuestro hermano platense y de la evolución política en Brasil, son más que precarias. Nuestro futuro no es plácido con independencia de cuál sea nuestro gobierno. Tenerlo en cuenta y adoptar la reflexión y el cálculo en nuestras acciones públicas, evitando posturas ideológicas, debería ser la consigna. Aun ignoramos el futuro de nuestros vecinos, pero sí sabemos que a América Latina en su conjunto no le aguardan horas tranquilas.