Este año habrá elecciones en más de 75 países. Más de la mitad de la población mundial irá a las urnas. El optimista y soberano del lugar común, hablará de fiesta cívica cuando, como es sabido, la democracia es bastante más que el acto de votar. El pesimista, y no poco realista, dirá que la mayoría irá a votar con el entusiasmo con el que va al dentista.
Una elección se roba la atención: la de EE. UU. Un dilema de manual entre una opción mala y una opción peor. La fragilidad de Biden (81) es una preocupación real, sus niveles de aprobación, merecidamente o no, son históricamente bajos, pero no menospreciemos el hecho de que sea una persona decente con valores democráticos. Siempre y cuando no quede por fuera de la carrera por alguno de una infinidad de delitos, un segundo mandato de Trump (77) puede hacernos añorar su primero. El mero hecho de que vaya camino a arrasar con la primaria Republicana y que lidere las encuestas frente a Biden es revelador.
Estados Unidos es un país con un sistema electoral vetusto donde un puñado de votantes en un puñado de Estados condiciona el rumbo del país. Es en ese marco que existe suficiente gente dispuesta a devolverle el poder a una persona que intentó anular los resultados de las elecciones anteriores por no haberlas ganado. Una persona que luego azuzó el asalto al Capitolio.
En varios países, hábiles en jugar con las urnas para aniquilar la esperanza de un cambio, habrá elecciones sin incógnitas. El chavismo seguirá al frente de esa tragedia llamada Venezuela donde es difícil recordar cuál fue la última elección limpia. En El Salvador, Bukele mantendrá su deriva antidemocrática.
En Rusia, Putin ganará su tercer mandato consecutivo (y quinto en total). Solo la muerte lo alejará de un poder que le cayó del cielo, y de manos de Yeltsin, en 1999. Los rusos seguirán sufriendo una decadente ficción hasta su muerte y más allá.
África será el continente con más comicios. En Sudáfrica, el país más global de un olvidado continente, las elecciones serán las menos desparejas desde 1994, las primeras tras el apartheid. África ha sido en los últimos tres años la región con más golpes de Estado (siete). Su eterna fragilidad seguirá ocasionando problemas allende el Mediterráneo.
En Asia será donde más personas voten y donde menos mirará el occidental. El país más poblado (India), el cuarto (Indonesia), el quinto (Pakistán) y el octavo (Bangladesh) elegirán nuevos líderes. El siglo asiático no termina de pegar el estirón y solemos acordarnos de ellos cuando una tragedia llega a titulares. El primer ministro indio Modi, uno de una creciente lista de líderes que tensan los límites de la democracia, cumplirá 10 años en el poder y extenderá su mandato.
México tendrá presidenta por primera vez. Casi que desde su victoria en 2018, se supo que la elegida de Andrés Manuel López Obrador para sucederlo sería Claudia Sheinbaum. No habrá sorpresas. Lo positivo es que no será tan populista, personalista y mesiánica como un AMLO, que deja las instituciones debilitadas, y de quien se verá qué tan a menudo sale de las sombras o si llega a estarlo. Tenemos experiencias cercanas de que los títeres terminan dando lástima.
Reino Unido volverá a las urnas antes de fin de año y nada indica que los Conservadores puedan mantenerse en el poder después de 13 años. La Unión Europea renovará su Parlamento en un continente cada vez más incómodo por el avance de una extrema derecha hábil en alborotar y en aprovechar el desafío migratorio. Europa abrió las puertas y hoy es un factor que, sumado a la fragilidad económica, desestabiliza gobiernos que anhelan un equilibrio delicado: mostrar músculo y alma. Se impondrán los partidos del miedo.
El escepticismo y la desilusión no son patrimonio europeo. La alternancia es una muestra del descontento de la gente, muchas veces asociado al estancamiento de los ingresos. El riesgo es cuando una mayoría acepta tomarse a la ligera las normas democráticas a cambio de falsas promesas. La gente empieza a perder fe en los valores democráticos cuando considera que, sistemáticamente, el sistema político no les funciona.
No podemos predecir qué tan robusta estará la democracia dentro de un año, pero sí sabemos, de acuerdo a estudios, que la calidad de la democracia de un ciudadano global promedio está a niveles de fines de los ochenta. Aunque podríamos estar peor, y hemos estado peor, está lejos de ser un cumplido. Varios la han dado por muerta, pero por ahí anda la democracia cascoteada y en pie.
Un año de elecciones es un año de campaña. Un año de propaganda. Las promesas dicen mucho de los candidatos, pero también de los votantes. ¿Qué queremos que los gobernantes hagan con el dinero público? ¿Pensaremos en el corto o en el largo plazo? ¿Queremos políticas públicas que resuelvan los problemas del país o solo los nuestros?