El lugar en el mundo

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JUAN MARTÍN POSADAS
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Los acontecimientos cotidianos de nuestra política local no dejan de ofrecer material para el comentario. Si vamos a la región, sobre todo nuestros vecinos, la información es de espanto.

 Lo inmediato absorbe y llega a ocupar todo el paisaje. Sin dejar eso de lado conviene echar algunas miradas al mundo.

En ese tablero mundial, sobre la resaca que dejó el ataque de un virus de origen desconocido, se ha desencadenado una guerra. Quizás alguno, apoyándose en los miles de kilómetros que nos separan dirá: es una guerra lejana, como otras que conocimos. Esta guerra -llamémosle la guerra de Ucrania- que iba a durar una semana según los invasores, llevará mucho más según la determinación de los invadidos.

Escuché este invierno a Enrique Iglesias en varias conferencias hablar de la pax americana, haciendo un paralelismo con la antigua pax romana. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y hasta hace unos años (medio siglo grosso modo), Occidente vivió un período de paz y de institucionalización de políticas armonizadoras. A partir de esa aspiración surgieron las Naciones Unidas, la FAO, la Organización Mundial de la Salud, La Unesco, la organización del comercio, del flujo bancario y hasta las regulaciones aéreas, entre otros organismos supranacionales.

Durante ese período también hubo algunas guerras: Corea, Vietnam, Siria y otras. Pero esta guerra de hoy se da en Europa, es entre europeos y tiene lugar cuando la llamada pax americana está en su nadir. Si esta guerra se da en Europa quiere decir que se está dando en un lugar -físico y de influencia- en el que también estamos nosotros los uruguayos.

En los libros escolares de mi tiempo Ucrania era el granero del mundo: por la guerra ha dejado de estar presente en el mercado mundial de granos. El consiguiente desbarajuste de precios, aunque nos toque una racha buena, siempre es malo: es incertidumbre instalada. En ese desbarajuste entran también los fertilizantes. El transporte internacional se ha visto profundamente alterado: los barcos de bandera rusa no son permitidos en los puertos europeos y americanos, lo mismo los aviones. El precio de los fletes se ha multiplicado y cada contenedor cuesta el doble.

Abrirse al mundo -lo que Uruguay está bregando acertadamente por darse- es ahora una expresión incompleta. El mundo, en singular, al que aspirábamos a abrirnos, se rompió en pedazos, no tiene mecanismos de compensación, no hay “clearing” de nada. El mundo de la pax americana al que aludía E. Iglesias, no existe más; por lo mismo ahora es distinto procurar un TLC con China. Ese gigante de crecimiento a tasas de 10% bascula frente a un dilema nuevo: ¿alejarse de Estados Unidos y arrimarse a Rusia? Rusia no puede sustituir al mercado americano que le compra todo ni a la inversión americana en su mercado interno (el PIB de Rusia es menor que el de Italia).

China es el mejor cliente de Uruguay: nos compra más que ninguno. Y Europa, en cuyo círculo estamos, de cuya costilla salimos (los uruguayos, todos) cuyas lenguas hablamos, tiene un gigantesco problema ahora potenciado. Hay una caravana de migrantes y refugiados subiendo día a día, de sur a norte, firme en su determinación-desesperación, que Europa no puede atajar y no puede absorber.

Y en lo que va del año tres millones y pico de ucranianos desplazados están en Polonia y países vecinos.

La realidad nos obliga a los uruguayos de hoy a pensarnos en un mundo de complicaciones nuevas, algunas vislumbradas otras desconocidas.

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