Luciano Alvarez
En octubre de 1828 terminó la guerra entre el Imperio del Brasil y las Provincias Unidas del Río de la Plata por la independencia de la Banda Oriental. Las tropas argentinas establecidas en Río Grande regresan a su territorio, pero no a la paz. El 26 de noviembre desembarca en Buenos Aires una división dirigida por el general Juan Lavalle; es el brazo armado de los unitarios para derrocar al gobernador Manuel Dorrego.
Lavalle, a pesar de sus 31 años, era un veterano: había comenzado su carrera militar a los 15, en el sitio de Montevideo, sirvió a Buenos Aires contra Artigas, ganó los galones de coronel en las campañas de San Martín y Bolívar y los de general en la guerra contra el Brasil.
San Martín decía que "igualarlo en coraje es muy difícil. Superarlo imposible". Sin embargo no le adornaban ni la inteligencia ni la prudencia. Su correligionario Esteban Echeverría lo definiría más tarde como "una espada sin cabeza."
El Coronel Dorrego era diez años mayor. También participó de las guerras de la independencia; formó parte del Ejército porteño que actuaba en la Banda Oriental, donde dirigió una división contra Artigas.
La derrota que le infligió Fructuoso Rivera en Guayabo -donde Lavalle era su subordinado-prácticamente cerró su carrera militar. Se dedicó a la política y se acercó a las ideas federales, lo que le valió ser desterrado a Estados Unidos por el Director Pueyrredón, entre 1816 y 1820.
Bartolomé Mitre, que no quería elogiarlo, lo definió como un "genio inquieto y valor fogoso, […] tribuno bullicioso, carácter inquieto, caudillo populachero, republicano ardiente, militar valeroso, con bastante inteligencia y mucha audacia.
Pero Manuel Dorrego estaba lejos de ser un rústico. Había estudiado leyes en Chile y durante su exilio en Norteamérica conoció a fondo el sistema federal; editó periódicos y revistas.
Diputado desde 1823, fue uno de los más enérgicos promotores del involucramiento de las Provincias Unidas a favor de la Banda Oriental, contra el Brasil. Nombrado gobernador de Buenos Aires, tuvo que doblegarse ante la presión inglesa para lograr la paz y sancionar la independencia oriental, en 1828.
El célebre enviado británico Lord Ponsonby había informado a su gobierno, "Mi propósito es conseguir los medios de impugnar a Dorrego si llega a la temeridad de insistir sobre la continuación de la guerra" […] "me parece que Dorrego será desposeído de su puesto y poder muy pronto; el partido opuesto a él espera noticias para proceder".
Este era el hombre contra quien se dirigían Lavalle y el partido unitario.
Al amanecer del 1º de diciembre de 1828, las tropas entraron a Buenos Aires; el gobernador decidió buscar auxilios en la provincia mientras los golpistas nombraban a Lavalle en su lugar.
Una semana más tarde, Dorrego fue vencido en la Laguna de Navarro, logró huir pero fue capturado y enviado al campamento del vencedor.
Inmediatamente, numerosas cartas dirigidas al general Lavalle, recorren los 100 kilómetros que separan Buenos Aires de Navarro: unos para sugerir el crimen, otros para evitarlo, sin mucho convencimiento.
En carta del 12 de diciembre, el poeta Juan Cruz Varela, lo insinúa: "Después de la sangre que se ha derramado en Navarro, el proceso del que la ha hecho correr, está formado: ésta es la opinión de todos sus amigos de usted." Varela tiene la precaución de cerrar la carta advirtiendo que "cartas como éstas se rompen".
Salvador María del Carril es mucho más directo: "Ahora bien, general, prescindamos del corazón en este caso [...] Así, considere usted la suerte de Dorrego. Mire usted que este país se fatiga 18 años hace, en revoluciones, sin que una sola haya producido un escarmiento [...]. En tal caso, la ley es que una revolución es un juego de azar en el que gana hasta la vida de los vencidos cuando se cree necesario disponer de ella".
Al día siguiente, cerca de las dos de la tarde Juan Estanislao de Elías, edecán de Lavalle, llegó con el prisionero y se presentó ante el general: "Vaya usted e intímele que dentro de una hora será fusilado", fueron sus palabras.
Cuando Elías le comunica la decisión, Dorrego, con entereza responde: "A un desertor al frente del enemigo, a un bandido, se le da más término y no se le condena sin oírle y sin permitirle su defensa. ¿Dónde estamos? ¿Quién ha dado esta facultad a un general sublevado? Proporcióneme usted, compadre, papel y tintero, y hágase de mí lo que se quiera. ¡Pero cuidado con las consecuencias!".
Dorrego le escribe a su esposa, a sus amigos Estanislao López y Miguel de Azcuénaga. En todas repite: "En este momento me intiman que dentro de una hora debo morir; ignoro por qué".
Prácticamente no tiene papel; en algunos casos usará pequeños recortes. También le dedica unas esquelas a sus hijas, le da instrucciones a un sobrino sobre la disposición de sus bienes y encomienda a su esposa: "Mándame a hacer funerales, y que sean sin fausto".
Luego se presenta ante el pelotón de fusilamiento. "Acabo de hacer un sacrificio doloroso que era indispensable", musitó Lava-lle al oír los estampidos. Luego comunicó oficialmente el suceso, usando varias de las palabras que le sugirieran "sus amigos de usted". Enterado, Juan Cruz Varela, el poeta, aspira a dar más lecciones: en el periódico "El Pampero" advierte que el resto de los caudillos federales "/ oliendo a soga / desde hoy están" y sin pudor agrega que "Lavalle debiera degollar a cuatro mil".
Del Carril como siempre práctico, le escribe a Lavalle el 15 de diciembre, "que es conveniente recoja usted un acta del consejo verbal que debe haber precedido a la fusilación (sic). Un instrumento de esta clase, redactado con destreza, será un documento histórico muy importante para su vida póstuma".
La aventura unitaria durará apenas unos meses. Lavalle tendrá que exiliarse en la Banda Oriental. Desde entonces, dará cuenta de su remordimiento en numerosas ocasiones y no dejará de acusar a quienes "le precipitaron en ese camino."
En una carta lo justificó por la fascinación que le producían "Los hombres de casaca negra..., con sus luces y su experiencia", hasta le parecía "que ni mierda tenían en las tripas."
Pero "la espada sin cabeza" no escarmentó. En 1839 se lanzó a una loca aventura contra Rosas; Oribe lo persiguió sin descanso desde Buenos Aires hasta Jujuy, donde terminó sus días en misteriosas circunstancias.
La literatura unitaria edificó una serie de hipótesis, salteándose la más evidente, el desesperado suicidio.
Juan Cruz Varela murió exiliado en Montevideo en 1939, pero en cambio Salvador María del Carril tuvo una larga existencia, de favorables vientos: se hizo rico y ocupó siempre cargos destacados en la política argentina.
En 1881 el historiador Ángel Justiniano Carranza encontró y publicó sus hasta entonces desconocidas cartas.
Del Carril no se molestó en responder. Murió en 1883, luego de retirarse como ministro de la Corte Suprema de Justicia, designado por Bartolomé Mitre.