Luciano Álvarez
Hace unos días, mi estimado colega el Dr. Omar Franca me hizo llegar una reflexión, sobre "La ética intelectual de los investigadores y las inconductas fraudulentas en la academia." En los EEUU se acepta que 2% del total de investigadores ha caído en alguna forma de deshonestidad académica. Probablemente la cifra sea mayor y aunque el porcenta- je parezca escaso, las consecuencias pueden ser funestas. Quizás esta historia ilustre el asunto.
El 10 de octubre de 1971, a los 88 años, falleció Sir Cyril Burt, eminente psicólogo británico cuyos descubrimientos sobre el cociente intelectual tuvieron fundamental influencia en las políticas educativas en Gran Bretaña y EEUU. El cociente intelectual se convirtió en un valor predictivo fundamental para determinar el futuro escolar o laboral de un individuo. Además estableció su carácter hereditario; por lo tanto, el medio social y familiar, tanto como las políticas correctivas tienen escasa importancia.
En la oración fúnebre, Leslie S. Hearnshaw (1907-1991) repasó los logros de Sir Cyril Burt: padre de la psicopedagogía en Gran Bretaña, pionero de la investigación sobre la infancia retrasada, la delincuencia, la desventaja educativa, autor de más de 300 publicaciones, probablemente uno de los diez psicológicos más influyentes del siglo XX.
Cyril Burt había comenzado sus investigaciones hacia 1913, traduciendo al inglés las pruebas de inteligencia del pedagogo y psicólogo francés Alfred Binet (1857-1911), aunque en realidad esa tarea ya había sido realizada por el estadounidense Henry Herbert Goddard, en 1908.
Burt y Goddard, al considerar la inteligencia como un hecho hereditario decisivo, se oponían a Binet, quien condenó sus tesis por su "pesimismo brutal" que comprometía la posibilidad de crear políticas correctivas.
Para demostrar su hipótesis, Burt estudió el Cociente Intelectual de gemelos univitelinos, por lo tanto genéticamente idénticos. En 1943 publicó los resultados de un estudio de 62 pares de gemelos univitelinos, quince de los cuales había sido educados por diferentes familias. Sus Cocientes Intelectuales presentaban una mínima diferencia, de modo que parecía probado que la educación en distintos medios no repercutía en las facultades intelectuales.
La tesis de Burt fue revolucionaria y tuvo una decisiva influencia en las políticas públicas de la educación. En 1946, el rey Jorge VI lo nombró caballero, por los eminentes servicios prestados al mundo de la educación. Fue el primer psicólogo en obtener esa distinción.
En 1974, Leon J. Kamin, de la Universidad de Princeton, New Jersey (EEUU), asestó el primer golpe al pedestal de Burt, aunque su objetivo inmediato era su colega de Berkeley, California, Arthur Jensen, quien sostenía que los malos resultados escolares de algunas minorías étnicas eran una consecuencia racial y hereditaria. En "Ciencia y Política en el Cociente Intelectual" (1974) Kamin sostuvo que Burt nunca había definido con precisión sus métodos ni la población estudiada.
Ante este desafío, un grupo creciente de científicos se lanzó a revisar los estudios realizados por Burt a lo largo de 50 años. En 1976, el héroe científico se derrumbó: todos coincidían en que los resultados de Burt eran fraudulentos. El asunto llegó a la prensa masiva cuando el Dr. Oliver Gillie, cronista médico del Sunday Times publicó, el 24 de octubre de 1976, un artículo que exponía una larga lista de deshonestidades intelectuales.
La hermana de Sir Cyril Burt, desesperada, acudió a Leslie S. Hearnshaw, el intachable cien-tífico que había pronunciado el elogio fúnebre de Burt. Le rogó que escribiera una biografía del sorpresivamente cuestionado psicólogo y puso a disposición todo su archivo, incluida la correspondencia privada y su diario.
Hearnshaw era un individuo ponderado, de pocas palabras, pero de expresión tan fluida como incisiva en sus discusiones académicas. Sus obras eran consideradas un modelo de claridad y simpleza aun cuando trataba los problemas más profundos. La biografía se publicó en 1979 con el discreto título de "Cyril Burt, psicólogo". La honestidad intelectual de Hearn-shaw es emocionante. Procura explicar al hombre pero no duda en condenar al científico.
Determinó que Burt atribuía una importancia radical al análisis estadístico y, sin embar- go, no había hecho observaciones reales desde la Segunda Guerra Mundial y había inventado los resultados sobre el nivel escolar en Inglaterra, publicados en 1969.
Su conducta como editor del British Journal of Psychology no había sido menos fraudulenta. En la revista se publicaban regularmente artículos, cartas, reseñas y notas que sostenían y desarrollaban las teorías de Burt. Pero Hearnshaw hubo de reconocer que todos los colaboradores habían sido inventados por el propio Burt, verdadero autor de todas esas publicaciones.
Piadosamente Hearnshaw trató de explicar el gigantesco fraude por una vida privada desgraciada que lo llevó a una paranoia dogmática y egocéntrica y lo hizo cada vez más agresivo frente a las críticas.
Pero, según Hearnshaw, la mayor desgracia de Burt era la convicción de estar en la tesis correcta: el carácter hereditario de la inteligencia. Entonces no dudó en fabricar todas las pruebas necesarias para justificar su teoría.
En 1967, a los 84 años, Sir Cyril Burt había publicado el siguiente texto, que puede ser leído como una velada confesión o como muestra de la mayor hipocresía. Dejo al curioso lector la improbable tarea del juicio:
"La propensión a incrementar la importancia de nuestras propias demostraciones constituyen tendencias naturales del espíritu humano, tan inconscientes como automáticas. Así también el interés por evitar los juicios o reservas y, quizás por encima de todo, la voluntad incesante de conciliar nuestras observaciones anteriores y las presentes de modo que se `ajusten` a nuestros principales deseos. Por lo tanto, es necesario invertir mucho tiempo y disciplina para lograr que un hombre se convierta en un observador verdaderamente científico, objetivo y preciso".