El Realismo Mágico es un movimiento literario que muestra lo irreal como algo común. En él los personajes perciben elementos fantásticos como si fueran verdaderos.
Se desarrolló principalmente en Latinoamérica. Sus exponentes más conocidos fueron Gabriel García Márquez (100 Años de Soledad), Jorge Amado (Doña Flor y sus Dos Maridos) y Carlos Fuentes (Aura).
Tuvo su equivalente político en varios países, entre ellos el nuestro.
Gobernantes que partían de elementos posibles pero sin contacto con la realidad.
Al trabajar en la Comisión Investigadora de Ancap, en el Senado, percibí ese trasfondo de irrealidad en la gestión. Personas sin experiencia en los negocios, el comercio y la industria, decidieron que con el crédito que les daba el gobierno de Venezuela, iban a desarrollar la empresa.
La endeudaron en dos mil millones de dólares y generaron pérdidas que obligaron a capitalizarla en 800 millones.
Se embarcaron en aventuras como la del cemento portland donde invirtieron cientos de millones en renovar plantas sin tener en cuenta el tamaño del mercado. Algunas aún están en containers echándose a perder.
Resolvieron desarrollar Alur y los biocombustibles. Ahí sí pensaron en el resultado. El plan de negocios concluía en la viabilidad de la inversión porque Ancap incluiría todo el costo de lo que se produjera más las ganancias en la tarifa de los combustibles.
¡Pagaba el ciudadano!
Los disparates siguieron cuando Ancap incursionó en el negocio de las bebidas alcohólicas o el perfume para el cuerpo “Alma Mía” que ofrecía las líneas “Libre”, “Radiante”, “Exótica” y “Enamorada”. Perdían dinero en eso también.
Parafraseando al movimiento literario latinoamericano llevaron adelante un “Desarrollismo Mágico” que costó más de mil quinientos millones de dólares.
En Latinoamérica algunos pasaron del Desarrollismo al Dirigismo Mágico.
Desde el gobierno indicaban lo que se debía producir y fijaban o congelaban los precios de los bienes sin atender a la realidad .
Por decreto establecían precios y cuotas con independencia de costos y demandas.
No importaba la realidad sino los elementos fantásticos y deseables que tenían en sus mentes.
El resultado de ese Dirigismo Mágico fue escasez, falta de productos, supermercados vacíos (como en Venezuela) o incluso ¡importaciones de carne en la Argentina K!
El no levantamiento por parte del Parlamento uruguayo del veto presidencial a la ley forestal fue un paso adecuado contra todo esta realidad mágica de algunas cabezas locales.
La ley propuesta pretendía impedir que un productor forestara parte de su campo por más que cumpliera con las normas ambientales.
Como no podían recurrir al argumento ambiental, los dirigistas mágicos orientales echaron mano a algunos otros, entre ellos, que las empresas forestales no pagaban impuesto al patrimonio.
Un distinguido economista así lo afirmó y algunos lo repitieron e incluso remarcaron que había una gran diferencia entre el aporte impositivo de la cadena ganadera y la forestal.
Cuesta creer que se hagan afirmaciones en forma tan liviana. La cadena forestal paga U$ 350 por hectárea de impuestos mientras que la ganadera U$ 40. Quien no paga el impuesto al patrimonio es un emprendimiento que fue autorizado por contrato por el FA durante el gobierno de Mújica. Las empresas forestales si lo hacen.
Más allá de esto, el error es igualar para abajo desatendiendo la realidad. Si un sector de la agropecuaria tiene mejores resultados que otros hay que tratar que los otros también tengan buenos rendimientos.
No es castigando al que le va bien que se va a mejorar la situación de la ganadería, la lechería o el arroz. Se ayuda a esos productores con medidas activas, removiendo los obstáculos que hoy existen para su desarrollo. No condenándolos a seguir percibiendo 30 o 40 dólares por hectárea en lugar de los 160 de la forestación.
En ese sentido el camino es tratar, como lo está haciendo el gobierno, de celebrar Tratados de Libre Comercio con otros países para no tener que pagar aranceles a nuestras exportaciones. Como se hizo en el 2003 con México. Bajar la carga impositiva, mejorar la infraestructura y los costos portuarios. Hacer llegar la tecnología y el internet.
A mi juicio el mayor desafío es tratar de darle los beneficios de la gran escala a los pequeños y medianos productores ganaderos y agrícolas.
Eso se logra promoviendo procesos asociativos, como las cooperativas o las cadenas productivas y defendiendo al que trabaja. Como lo hicieron hace muchos años Benito Nardone y, me comprenden las generales de la ley, el entonces Senador Domingo Bordaberry. Este logró la aprobación del Estatuto del Trabajador Rural y la primera ley de Cooperativas Agropecuarias.
Nardone promovió la información, la transparencia de los mercados y sobre todo dejó claro que el camino no era el del socialismo y el comunismo. Nunca los hubiera aceptado como compañeros de ruta y en sus cabildos.
Jorge Batlle también iba en ese camino cuando afirmaba que había que crear la Conaprole de la Ganadería.
Como en todo, era un visionario y no lo rodeaban mariposas amarillas como a Mauricio Babilonia.