El avión de la discordia

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Claudio Fantini
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Parecía estar hablando en broma. Acababa de acusar a los opositores de no actuar “con seriedad” y pedir que no se hable “en base a información de redes sociales y periodísticas”, sino en base a “certezas”; pero a renglón seguido dio una explicación basada en “una presunción” propia.

Lo que dijo sonó descabellado, no por la presunción en sí misma, que puede tener lógica (si en el avión de la discordia iban cinco iraníes y catorce venezolanos, los primeros podrían estar instruyendo al grupo mayor en el manejo de la nave), sino por la forma en que lo dijo.

Esas frases desprolijas, pronunciadas por el titular del servicio de inteligencia, parecían ampliar la sensación de que el gobierno de Alberto Fernández no sabía cómo pararse frente al acontecimiento. La impresión de muchos es que el avión inmovilizado en Buenos Aires desacomodaba al Poder Ejecutivo, por lo que las explicaciones que balbuceaba sonaban inconexas.

Aunque encontraran o lucubraran explicaciones razonables sobre el nebuloso arribo de ese Boeing 747, habrá razones para mirar con sospecha y preocupación el hecho. Esas razones tienen que ver con cierto módum operandi de la Guardia Revolucionaria. El brazo militar iraní que depende directamente de la máxima autoridad religiosa, siempre ha manejado un conglomerado de empresas ligadas a cuestiones estratégicas, para financiarse y también para encubrir actividades.

La Guardia Revolucionaria controla compañías petroquímicas y gasíferas, mientras maneja aerolíneas de carga que, además de vuelos estrictamente comerciales, han realizado transporte de armamentos y equipos bélicos.

Ese tipo de transporte sería la especialidad no declarada esas aerolíneas de carga, cuyos aviones pueden también ser utilizados para misiones de espionaje y otras operaciones encubiertas.

A las sospechas surgidas de las actividades que esas empresas iraníes realizan con asiduidad, se agregan las sospechas que genera el vínculo entre los regímenes de Irán y Venezuela.

Cuando un moderado ocupa la presidencia de la República Islámica, la intensidad del vínculo se atenúa, mientras que, cuando el presidente es un miembro del ala dura del régimen, se vuelve más intenso y oscuro.

Durante la presidencia del reformista Mohamed Jatami (1997-2005) el acercamiento fue de baja intensidad, pero cuando al cargo lo ocupó el fanático islamista Mahmud Ahmadinejad, surgió la alianza con el chavismo.

Esa alianza se atenuó durante el mandato del moderado Hassan Rohaní, pero se ha vuelto a intensificar desde que asumió el cargo Ebrahim Raisi, otro miembro del ala dura del régimen.

El vínculo nació en el 2006, con el primer viaje oficial a Caracas en el que Ahmadinejad y Hugo Chávez crearon la Alianza Estratégica Bilateral, que nació con varias decenas de acuerdos de cooperación.

En el viaje que aquel presidente iraní hizo a Venezuela en el 2009, los acuerdos superaron el centenar y siguieron multiplicándose en la visita del 2011. La insólita cantidad de veces que se reunieron Ahmadinejad y Chávez prueba la densidad de la relación, que tiene una faz pública y otra oculta.
La faz pública se refleja en los acuerdos de cooperación, mientras que la faz oculta de la que hablan la CIA, el Mossad y otras organizaciones de inteligencia, apoya y financia actividades clandestinas.

Tanto las operaciones iraníes de inteligencia como las actividades de Hezbolá en Latinoamérica, se financiarían desde las mismas arcas clandestinas que sostienen la buena vida de la nomenclatura chavista para que nadie saque los pies del plato.

La Guardia Revolucionaria iraní esparció células de Hezbolá por el mundo. A esas células las guía la Fuerza Quds, cuerpo de elite encargado de las operaciones en el exterior que tuvo entre sus comandantes al general Qasem Soleimani, asesinado en enero del 2020 por un dron norteamericano en Bagdad. Y las arcas clandestinas de Maduro pagan esas actividades encubiertas con el dinero que su régimen recauda de la explotación ilegal del arco minero en la Cuenca del Orinoco.

Por cierto, el espionaje y las acciones terroristas presuntamente realizadas por Hezbolá bajo la guía de la Guardia Revolucionaria, comenzaron antes de que Chávez llegara al poder. Lo prueban los atentados en la embajada de Israel y en la AMIA. Pero con el chavismo, esas acciones obtuvieron en Venezuela santuarios y una fuente suculenta de financiación.

Nicolás Maduro visitó en Teherán al presidente Ebrahim Raisi, pocos días antes de que el Boeing 747 aterrizara en Argentina, con sus tripulantes iraníes y venezolanos.

La inmensa sospecha que generó esa nave se explica en la larga, vigorosa y turbia relación entre dos regímenes que tienen en común aborrecer la democracia liberal y el Estado de Derecho.

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