¿Dónde queda mi domicilio?

JUAN MARTÍN POSADAS

Braudel invita a mirar la historia en grandes trazos. Es correcto pero hay que advertir que generalmente quien es presa de delirios es el que se ubica en los panoramas abiertos. El latinoamericanismo entra en esta categoría riesgosa.

Durante muchísimo tiempo los uruguayos no nos consideramos latinoamericanos; manteníamos un discurso en ese sentido (para no desentonar) pero en nuestro fuero íntimo nos sentíamos distintos y satisfechos por las diferencias. Para nosotros latinoamérica era un territorio de volcanes y terremotos, de selvas impenetrables y montañas majestuosas, de comidas picantes y epidemias devastadoras, de indios cabizbajos y dictadores militares, de pobres famélicos y ricachones rijosos y bebedores dueños de inmensas haciendas o propietarios de minas inagotables que derrochaban sus colosales fortunas en París o Montecarlo. Una tierra de musicalidades contagiosas y de escritores exuberantes que nos entretenían con su realismo mágico, tan de ellos y tan poco de nuestra vida cotidiana, moderada por principio, un poco gris pero tranquila, de confortable medianía.

Pero un día, no hace tanto, nos descubrimos bastante más latinoamericanos de lo que pensábamos: ni tan cultos, ni tan democráticos, ni tan equilibrados como creíamos. De la lista de latinoamericanidades que nos complacía no compartir tuvimos que borrar los dictadores militares, los políticos populistas, las escuelas que no enseñan, las cárceles infernales y los cantegriles con sus propias leyes y sus muchas miserias. Nos latinoamericanizamos durante el último tercio del siglo XX, tiempo antiuruguayo, época de grandes e insospechadas claudicaciones.

En la actualidad, encima de eso, hace unos años que nuestros conciudadanos han colocado la izquierda en el gobierno. O que dice ser izquierda. Y, además, dicen ser superlatinoamericanistas; más que nunca. En los hechos, han "comprado" un latinoamericanismo de utilería. Me vienen a la mente las exequias del Comandante Chávez, episodio típico del realismo mágico. Un presidente todopoderoso, embalsamado, canonizado cívicamente, mistificado para la historia (y para escarnio de quienes creen en la política), denunciando toda suerte de conjuras diabólicas, única herramienta de la que podrían valerse sus adversarios. Allí veíamos por la televisión a nuestros gobernantes unidos en adoración laica con el paraguayo Lugo, obispo renunciante y presidente renunciado, al pederasta incestuoso que gobierna Nicaragua, a Evo Morales, quien sostiene que comer carne de pollo produce comportamientos sexuales diferentes (así se dice maricón en quechua). El latinoamericanismo que Machado, si viviera, llamaría de charango y pandereta (y el izquierdismo idem) poca sustancia tiene adentro y un solo común denominador: el antiyanquismo. Lo demás es chafalonía.

Pero hablando en serio, los uruguayos somos de este continente por otras y básicas razones. Somos de este suburbio; no somos de allá, del centro: somos de la periferia, de esa comarca del mundo donde no se cantan las jugadas ni se toman las decisiones; somos de donde caen esas decisiones. Tenemos que empeñarnos por ser cultos (de la gran cultura occidental), trabajadores, previsores y sagaces. Pero de acá, sin copias y sin mímicas, con astucia y precaución permanentes. Nada de esto entienden los apóstoles del latinamericanismo vociferante y primitivo que solo han producido desunión: Venezuela está peleada con Colombia, Bolivia con Chile, Ecuador con Colombia, Argentina con Uruguay y entre varios hemos avasallado al Paraguay.

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