Con motivo de la asunción del presidente Yamandú Orsi, Uruguay ha vuelto a concitar la atención internacional.
En el panorama de América, llama la atención el orden pacífico con el cual en nuestro país se produce la rotación de los partidos en el gobierno. Se parece mucho al orden pacífico anterior a la guerrilla, los secuestros y los asesinatos que impelieron a unificar policías y militares en las que se llamaron Fuerzas Conjuntas. Habiendo promovido ellas el golpe de 1973, tras un calvario recobramos la libertad en 1985 y bajo el gobierno de Sanguinetti y Tarigo recuperamos la costumbre de respetar al adversario y nos reiniciamos en el respeto a la puntualidad en la entrega del poder
Por esa causa, desde afuera nos singularizan y hasta nos admiran, por la espontaneidad de nuestro respeto y por la naturalidad con que los partidos alternan en el gobierno.
En una América donde nunca faltan dictaduras, es lógico que llamemos la atención por nuestra democracia. Pero también sería lógico que, por respetar las instituciones libres, usáramos a la libertad como instrumento para aguzar la sensibilidad, generar pensamiento y abrazar grandes metas que realicen ideales genuinos.
Desgraciadamente, eso nos falta. Y no es por casualidad, ni por caída momentánea. Es por una sucesión de errores que nos han achicado el horizonte. Primero nos invadió un positivismo ramplón, que nos acostumbró a no querer mirar más allá de lo que veíamos y tocábamos. Después nos atrapó el funcionalismo, que no quiere pensamiento profundo sino respuestas inmediatas sin abrazar grandes proyectos. En medio, se nos superpusieron el materialismo histórico como explicación teórica y el materialismo capitalista como instrumento de gestión.
El resultado es que olvidamos las bases espiritualistas y humanistas que cimentan a la personalidad humana, le dan basamento a la Constitución y llenan de sentido a la libertad. Por lo cual tenemos democracia, sí, pero con muy poco protagonismo de la persona.
Por tanto, alegrémonos de que desde afuera nos respeten como democracia, pero, en el mismo gesto, reformemos nuestra manera de escucharnos y de resolver entrecasa. Porque tenemos tragedias y dramas que solo hemos de vencer si, por encima de izquierdas y derechas, nos unimos para sentir, valorar e idealizar.
Mañana asumirá el gobierno que votó poco más de la mitad. Para medio país gobernarán los propios y para el otro medio país gobernarán los otros.
Pero un país no se edifica con nos-otros contra vos-otros. Si la República es la unidad indisoluble del Estado de Derecho, el Uruguay debe ser, y debe sentirse, un nos-todos.
Ese nos-todos no se cultiva encerrándose cada uno en burbuja propia para no quedar mal con nadie. Al contrario: el Uruguay necesita ensanchar el atrio público, llamando a reflexionar juntos a los que votan separados.
Tenemos experiencia con la gloria, pero también con penurias, dramas y tragedias. Es hora de elevar esa experiencia a conceptos, de modo que la conciencia histórica genere una filosofía común, como enseñó Benedetto Croce en “La historia como hazaña de la libertad”.
Quiera la vida que al asumir el gobierno un profesor de historia, siembre ideas desde las cuales vivir y con las cuales ascendernos, unidos en la fraternidad que hoy nos falta.