Los datos del Censo de 2023 son una catástrofe que nadie quiere ver. Y para ocultar el desastre, se acumulan explicaciones disparatadas, legitimadas por la academia y por el discurso globalista, maltusiano promovido desde las agencias de la ONU.
¿Por qué son una catástrofe? Por tres motivos. El primero es que ratificaron que el saldo migratorio internacional de los uruguayos es negativo en el largo plazo: casi todos los años, desde hace ya décadas, son más los uruguayos que parten que los que llegan al país. Y por lo poco que se ha investigado, se trata de una emigración joven y más calificada que los que deciden quedarse, lo que quiere decir que perdemos, sin tregua, a nuestros mejores recursos humanos en edad de formar familia y emprender. Por tanto, las élites que quedan son menos educadas de lo que podrían ser y el envejecimiento poblacional se agrava.
En segundo lugar, se ratificó que hace 12 años al menos que nuestra tasa de fecundidad es menor a 2,1 por mujer, por lo que no aseguramos el mantenimiento de nuestra población en el largo plazo. Nuestra tasa de natalidad ha bajado dramáticamente, al punto que desde 2021 nuestro crecimiento vegetativo es negativo: hay más muertes que nacimientos en Uruguay. Finalmente, en nuestro crecimiento poblacional, hecho del bajísimo promedio de unas 7.000 personas al año, incidió mucho una inmigración internacional de origen, sobre todo, regional y cuyas características educativas conocemos poco, sobre todo en un dato fundamental: ¿acaso está mejor formada que los uruguayos que parten?
Pero lo más grave no es constatar que todo esto nos habla de las dos muy malas expectativas de la sociedad uruguaya: desengaño para los más ambiciosos, para quienes muchas veces sus mayores chances de prosperar pasan por partir al exterior y frustración para tantas familias que deciden postergar o anular la decisión de tener uno o más hijos, porque la perspectiva económica no asegura mantener (o mejorar) el nivel de vida, si la familia se agranda. Lo peor, en realidad, es ver cómo desde la academia y analistas dedicados a estos asuntos se quiere hacer creer que estos resultados demográficos son positivos.
Tomo el ejemplo de una experta de la Facultad de Ciencias Sociales de apellido Pedetti que declaró que la baja de la natalidad es una buena noticia porque está principalmente explicada por una caída de la fecundidad adolescente. Los supuestos que están detrás de este argumento son que ser madre joven vulnera derechos de las mujeres; que importa más promover el control de natalidad en los más jóvenes que facilitar la expansión de la natalidad entre quienes desean tener hijos; y que, de todas maneras, si hay menos nacimientos se los compensará con mayor inmigración internacional. Se divulga así la ideología malthusiana que caracteriza a las agencias de la ONU que, se sabe, están detrás de financiaciones y colaboraciones con los departamentos académicos que estudian estos asuntos.
Muchos de los uruguayos más pujantes emigran; la población envejece y decrece; y muchos jóvenes ya no quieren tener hijos: ese es el desastre que informa el Censo 2023. Reconocerlo implicaría cortar con tanta dulzura nacional del país autocomplaciente y tibio, ese que cree que, así como vamos, todo irá mejor.