Del humor a la filosofía

Compartir esta noticia

En su nota dominical de Clarín de Buenos Aires, Alejandro Borensztein explicó cómo desde 1955 se empezó a llamar “gorilas” a los antiperonistas. Fue cuando el latiguillo “Deben ser los gorilas, deben ser” saltó de la selvática película Mogambo al humor de La Revista Dislocada, creada por Délfor.

El autor de la frase fue Aldo Cammarota, que con el tiempo iba a escribir para el inolvidable Tato Bores -padre del articulista-. Cammarota, erguido sobre las secuelas de su parálisis infantil, al ser acallado por la dictadura junto a Mirtha Legrand y a Tato, se fue a Estados Unidos y allí murió en 2002.

En el Uruguay, la voz “gorila” se popularizó también para motejar a los dictatoriales del 73. Por eso, el relato no nos es ajeno. Por eso y por la alta función que, por décadas, cumplió el humor en nuestra sensibilidad y en las ideas desde las cuales vivimos.

Nuestros humoristas nos sembraron maneras de mirar al prójimo y al mundo. Asociando ideas diagonales y sorprendentes, nos enseñaron a sentir, a pensar, a compartir la sonrisa y a unificar la carcajada. Jugueteando con los valores, los reforzaron; y de paso, nos enseñaron que el humor es expresión de libertad. Esa noble tarea la cumplieron, con éxito inolvidable, nuestro Wimpi en la Carve y en libros y nuestros Lobizones Scheck en Lunes y en Telecataplum. Sobrepasando la escena nacional, hicieron en el Río de la Plata lo que Chesterton, Jardiel Poncela y tantos más hicieron desde España a Gran Bretaña: enseñaron a levantar vuelo sobre grandezas y miserias, corrigiéndonos desde la risa. A saltos de langosta entre lo importante y lo banal, afirmaron valores y suscitaron el diálogo chispeante.

Del menosprecio a la admiración, de la risotada al borde del llanto, ordenaron las cabezas y nos infundieron ideales comunes, en vez de dividirnos por intereses, clases sociales u oficios. Nos entrenaron en lo inesperado. Nos familiarizaron con lo impensado.

¿Por qué se nos apagó todo eso? Porque se puso de moda buscar la fácil, reduciendo todo a mera técnica de gestión e instalando en todo una verdadera pandemia de indiferencia y atonía valorativa que nos empobreció la convivencia.

Pero el espíritu tiene vida propia y busca cauces para su perennidad. Por eso, las reflexiones y los valores, ahora sin el recurso del humor y en un mundo atormentado, renacen ya, en forma de interés por la filosofía como apetito de lo obvio y hambre de claridades. Más aun: ya se entretejen filamentos de filosofía hasta en planteos de economistas, como la lúcida exhortación del ministro Oddone a asumir riesgos. La filosofía ya tiene audiencia en los medios, las redes y hasta los teatros.

En definitiva, hoy -como siempre pero más que nunca- la sabiduría consiste en rejuvenecer las obviedades que el mundo olvida mientras la conciencia las añora. Sabiduría será, pues, gestar nuevas síntesis que nos rescaten el humor común, nos saquen del mutismo resignado y nos inspiren con el Levántate y anda que cada mañana vence a los siglos.

Profundizar en filosofía puede parecer imposible o inútil a quienes ignoran el papel de los conceptos, pero es la vía mejor abierta para salvarnos como personas y como pueblos, en medio del maremoto mundial en que todos navegamos vomitando.

Por todo eso y mucho más, el porvenir público será de la filosofía o no será nada.

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

premium

Te puede interesar