Con permiso, gracias

Todo tranquilo?”. La primera pregunta que me hicieron cuando llegué a Uruguay en avión desde España en julio de 2014 no fue cómo estaba, ni qué tal había ido el viaje. Ahí lo entendí todo: el valor supremo en Uruguay no es estar bien, sino estar tranquilo. Como si en Buenos Aires la batalla cultural la hubiesen ganado los napolitanos y por eso impere la exageración, la gesticulación y el tono elevado y, en cambio, en Montevideo pesase más la morriña melancólica de los gallegos de Galicia.

A la tranquilidad del país se le suma la proverbial modestia uruguaya, que se manifiesta incluso en su nombre oficial: República Oriental del Uruguay. Las personas vemos el mundo desde nuestra perspectiva, las cosas están a nuestra derecha, o a nuestra izquierda, y los países suelen hacer lo mismo. China, por ejemplo, se dice Zhongguo en chino y significa “nación del centro”. Uruguay, en cambio, es oriental, no está en el centro ni de sí mismo, sino al oriente de un río.

Esa humildad también se manifestaba en los alumnos universitarios a los que di clase. Cuando alguno de ellos se iba de intercambio durante un semestre o se aventuraba a cursar una maestría en Europa o en Estados Unidos, indefectiblemente pasaban por mi oficina preocupados: ¿estaré a la altura de los estudiantes locales? Cuando volvían de sus aventuras en el extranjero, la duda se había resuelto: no solo estaban al nivel de sus compañeros, sino que, en muchas ocasiones, estaban mucho mejor preparados.

Ahora que regreso a España puedo prescindir de la modestia oriental y decirlo: la calidad de la educación en Uruguay es un tema de debate y no soy ajeno a los desafíos de escuelas y liceos, pero, al menos en la Universidad de Montevideo en la que trabajé durante los últimos once años, el nivel es excelente.

En la pasada década, licenciados y magísteres de esa universidad han sido reclutados por universidades de la Ivy League para cursar en ellas doctorandos en Economía; profesores de humanidades han sido becados por Oxford para realizar estancias de investigación; profesoras de comunicación han sido pioneras en los estudios de comunicación sustentable en Uruguay y en la región y han obtenido becas internacionales competitivas para desarrollar investigaciones publicadas en algunas de las mejores revistas académicas del mundo.

Hay también periodistas formadas en Uruguay que hoy trabajan en el departamento de Comunicación de la NASA, informan en algunos de los principales medios de Estados Unidos o trabajan en tareas de producción de algunas de las series documentales más vistas de Netflix.

Incluso aparecían alumnos capaces de llegar a las rondas finales en competiciones de debate internacionales frente a facultades de Derecho de todo el mundo. Uruguay es un país donde todavía se puede disentir sin enemistarse, donde las ideas valen más que los gritos, y donde pensar no es un acto solitario, sino una forma colectiva de cuidarse. Nunca olvidaré los recreos al sol compartiendo mate, las discusiones apasionadas que se daban sin levantar la voz, la calidez de los vecinos del barrio con mi familia. En tiempos tan crispados, eso es casi un lujo.

Cómo no hablar también de la cordialidad local y el ritual del saludo, todo ello acompañado casi siempre por algún beso o abrazo, incluso antes de pedir un café:

-Buen día, ¿todo bien?

-Bien de bien, ¿vos?

-Lo más bien. Te voy a pedir por favor…

Con razón el marido de una compañera de trabajo contaba divertido la anécdota de su luna de miel en España cuando, al entrar en un bar o en un restaurante, el mozo, sin mediar saludo, escupía: “¿Qué te pongo?”, con una agresividad inusitada en Uruguay. Porque el uruguayo es, ante todo, amable.

Tal vez sea que, como sostenía Borges, la autopercepción de Uruguay como la Suiza de América fuerce a los orientales una cortesía y educación a la altura del cliché para diferenciarse de los argentinos. O tal vez se deba, como algunos locales sostienen, a que el clima y la geografía suaves (“una penillanura levemente ondulada”) se trasladen al carácter. Sea como sea, tras once años viviendo en Uruguay, me toca ahora regresar a España y solo puedo decir, con permiso, gracias. Y hasta pronto, por favor.

* Ex decano de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Montevideo.

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