En mis columnas anteriores -prácticamente desde las elecciones hasta acá- he tratado de analizar el resultado electoral y el Uruguay a la vez. Una cosa ayuda a la otra: el conocimiento del Uruguay ayuda a explicar el resultado electoral y este nos ayuda a conocer al Uruguay.
El domingo pasado me apoyé en palabras de Javier de Haedo en una entrevista de Búsqueda. Javier se desmarca allí de un concepto que han repetido por activa y por pasiva, tanto los comentaristas políticos como muchos de los actores políticos, en el sentido de que lo que estuvo en juego en estas elecciones eran dos modelos de país. Y él dice en el reportaje: no me fastidien con los dos modelos, hay uno solo, permanente y perdurable, y por eso es que, a la larga, el Uruguay solo crece al 1% anual.
En mi opinión lo que pasó en las recientes elecciones fue que los dos contendientes -dos candidatos, dos coaliciones- se pelearon por demostrar quién era más dialoguista, más negociador, más acuerdista; o sea: el mejor intérprete de lo que Javier llamó el modelo Uruguay.
Si uno toma en su totalidad, en el tiro largo (la longue durée de Blaudel) la historia de nuestro país, percibe dos cosas. Una, que en los comienzos de nuestra vida independiente y hasta los primeros años del siglo XX el talante económico del Uruguay era otro, sonaban allí nombres como Reus, Piria, Ordeñana y cuando los montevideanos echaron de menos un teatro no se lo pidieron al gobierno: juntaron la plata y levantaron el teatro Solis.
Según la historia económica del Uruguay escrita por Ramón Díaz, ese período fue el de mayor prosperidad y crecimiento económico de la historia nacional.
Después de aquel período inicial, pasó a ocupar la mayor parte del horizonte político y económico el modelo que llamé en mis columnas anteriores de país al pairo y que Real de Azúa bautizó para siempre como amortiguador.
A partir de eso, según el mismo Real, “se formó un estilo político de facilidad y conformismo, de piedad y contemplación del interés creado”.
Pero aún en esos largos años no dejó de resonar otro llamado, otra visión y proyecto: la de un Uruguay más confiado en sí mismo, más suelto, menos recostado al Estado. Y ese Uruguay fue el que ganó las elecciones del 2019. Por poquito pero ganó. Luego emblematizó su naturaleza en la libertad responsable, no apagó los motores de la economía en la pandemia y le fue bien. Era una gramática política nueva para los uruguayos del Uruguay al pairo, pero no ajena a lo que Pivel llamaba el Uruguay esencial.
El antiguo relato hegemónico, el que había sustentado al país amortiguado, había perdido las elecciones nacionales, había perdido enseguida en el plebiscito de la LUC y había vuelto a perder con el plebiscito de la seguridad social. Solo faltaba ponerle letra a eso que estaba sucediendo, actualizarla al siglo XXI, devolverle su lugar de relato también propio del Uruguay….
Hoy, al día de la fecha, hay por lo menos medio Uruguay que espera ser interpretado, que le hablen, que vuelvan a buscar las palabras correspondientes para esa interlocución indispensable, para darle pronunciación política a ese medio Uruguay que también es Uruguay.