Coalición 2.0 y la trampa

Los partidos de la Coalición Republicana han estado postergando decisiones fundamentales sobre el futuro de este espacio político. Ya he señalado la necesidad de pasar de la versión original 1.0 a una versión 2.0, que la convierta en una herramienta potente para competir y gobernar en el futuro. Esa versión requiere acordar sobre diversos asuntos, uno de los cuales es el uso o no de un lema compartido en las elecciones nacionales. En octubre de 2024 los partidos de la CR sumados votaron mejor que el FA, pero los mecanismos electorales de distribución de bancas le dieron más bancas al FA.

La reacción inmediata de muchos dirigentes fue poner sobre la mesa la propuesta de concurrir a las elecciones nacionales bajo un lema compartido.

Hasta el momento ningún dirigente de peso había emitido su opinión sobre este asunto. Pero, hace unos días el Senador Pedro Bordaberry se pronunció contrario a la constitución de ese lema compartido. Bordaberry reflexionó: “Ese camino puede brindar la ventaja aritmética de la acumulación de votos para asignar bancas. Pero también puede llevar a menos votos y por ende a menos bancas”. Quienes proponen el lema compartido razonan de forma lineal.

Presuponen, por ejemplo, que, con Delgado como candidato único, la CR habría obtenido la misma cantidad de votos que los obtenidos por los cuatro partidos sumados. Omiten el hecho evidente de que una parte del electorado que votó por los candidatos de los otros tres partidos luego votó a Orsi en noviembre. Al concurrir con varios candidatos, la CR tiene la ventaja de una oferta “catch all” (como ocurría antes de la reforma electoral de 1996) sobre el menú único que ofrece el FA. Bordaberry sentencia: “La lección es clara: agrandar la boca de entrada electoral con más opciones fortalece, no debilita”.

El lema compartido tiene muchos otros riesgos que los dirigentes deben considerar y poner sobre la balanza. Contrariamente a lo que algunos piensan, el lema compartido favorece al partido mayoritario, en detrimento de los otros partidos, en la competencia por senadores y diputados. Eso termina debilitando a los demás partidos. En las condiciones actuales, y quizá por mucho tiempo, el Partido Nacional ocupa y ocupará ese lugar.

Por lo tanto, al menos en 2029, el candidato único de la CR será un dirigente del PN. Imaginen a un candidato a diputado colorado del Interior tratando de convencer a un vecino colorado de que, para votarlo, debe votar para presidente a un candidato blanco. En el balotaje la cosa es distinta. Las identidades partidarias son todavía muy fuertes.

El lema compartido en las elecciones departamentales permite al votante de cualquier partido votar a un candidato de su partido para intendente, pero en las elecciones nacionales eso es posible. La CR necesita que el PN y el PC sean partidos fuertes.

El lema compartido obliga a la CR a realizar en junio elecciones internas, que serán una disputa entre candidatos de los partidos que la integran. Estas elecciones serán una competencia por retener votantes propios, atraer votantes de los otros partidos y disputar el segmento de votantes coalicionistas no alineados con ningún partido. Como la competencia es por el premio mayor, seguramente será una competencia menos amigable que la actual en octubre donde, además de competir entre sí, los partidos de la CR compiten con el FA, mirando el balotaje. Todo esto es un estímulo para una competencia más agresiva, con potenciales impactos negativos sobre el relacionamiento interno de la coalición y sobre su imagen externa.

Además, será una competencia entre candidatos únicos por partido, ya que ninguno dividirá a su electorado, arriesgando a incrementar las posibilidades del candidato de los otros partidos. Esto plantea un nuevo problema: ¿cómo se elegirá al candidato único de cada partido?

Organizar unas elecciones previas es algo muy complejo, lo que conduce a la obligación de cerrar acuerdos de cúpula dentro de cada partido, sin la participación de dirigentes medios y sin competencia interna. Una consecuencia inmediata será la reducción de la democracia interna, la oligarquización de la conducción partidaria y la centralización de las decisiones en detrimento de las realidades locales. ¿Cómo se lleva esto con el ADN de los dirigentes y militantes del PN, del PC y del PI? Esa menor competencia interna terminará reduciendo la movilidad ascendente dentro de cada partido, que es una forma de “selección natural” en favor de los militantes más capaces, más dedicados y con mejor carisma. La falta de esa movilidad también reducirá los estímulos para la militancia.

El lema compartido plantea otras dificultades. Requerirá la creación de un andamiaje electoral supra partidario, que insumirá recursos humanos, tiempo y dinero, adicionales a los que los partidos utilizarán en sus campañas por cargos legislativos. Además, se deberá alinear la comunicación de cada partido con la comunicación institucional del candidato único. Y está el problema de cómo lograr que el candidato único, que pertenece a un partido, haga una campaña equitativa para todos los partidos.

Para competir sin lema compartido, la CR 2.0 requiere avanzar en el diseño de estrategias electorales coordinadas entre sus partidos, en un programa común que todos promocionen y en los elementos simbólicos (marca, banderas, canciones, etc.) que expresen su identidad. Para gestionar todo esto, la CR 2.0 debe diagramar una organización eficiente y flexible. Resolver estos asuntos es imprescindible para fidelizar los votos de octubre en noviembre. Estoy convencido que resolverlos es más fácil que resolver los problemas que generará el lema compartido. Éste es solo un instrumento posible. Y como tal debe ser evaluado.

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