El gobierno ha dado un paso importante con la creación de la Secretaría Nacional de Ciencia y Valorización del Conocimiento.
Por primera vez, la ciencia y la innovación quedan bajo la órbita de Presidencia, con jerarquía política y un plan estratégico en el horizonte. Uruguay reconoce así que el conocimiento no es accesorio, sino un motor del desarrollo.
Es justo valorarlo: el proyecto es bueno y necesario. Pero también debemos advertir que, si se queda solo en la estructura, corremos el riesgo de repetir lo que ya pasó demasiadas veces.
Uruguay no ha carecido de instituciones ni de ideas. Desde PEDECIBA en 1986, pasando por el CONICYT en los 90, la ANII en 2006, el Sistema Nacional de Investigadores (SNI) en 2009, la Dirección Nacional de Innovación, Ciencia y Tecnología en el MEC, el LATU como plataforma tecnológica y, más recientemente, el Uruguay Innovation Hub, siempre se intentó dar forma a un sistema nacional de ciencia, tecnología e innovación.
Todas nacieron con buenas intenciones, pero pocas sobrevivieron con continuidad.
No puede ser que cada cuatro o cinco años cambiemos de rumbo. Esa inestabilidad desalienta a investigadores, frustra a emprendedores y espanta al sector privado.
La ciencia necesita estabilidad y visión de largo plazo, no reinicios permanentes.
También es clave entender que ciencia, tecnología e innovación no caminan al mismo ritmo. La ciencia básica requiere décadas de trabajo y estabilidad. La innovación, en cambio, exige agilidad, trámites rápidos y resultados inmediatos.
Por eso, además de la Secretaría, el país necesita: equipamiento científico moderno, para que los proyectos se desarrollen en Uruguay y no dependan del exterior; centros de investigación y laboratorios abiertos, accesibles a investigadores, empresas y emprendedores; y procesos ágiles, que reduzcan los tiempos de financiamiento, autorizaciones y trámites.
Otro aspecto indispensable es mirar al interior de la República, históricamente relegado en estas decisiones. Uruguay necesita crear distritos de innovación y ecosistemas regionales, vinculados a las fortalezas de cada zona: agroindustria, biotecnología, energías renovables, software, turismo.
Esto implica sumar al sector privado en asociaciones público-privadas que aceleren proyectos, generen empleo y retengan talento joven en el territorio.
La construcción de un verdadero sistema nacional exige la participación de todos los actores. La UDELAR cumple un rol histórico, pero no puede ser la única voz.
Deben estar también la UTEC, la Universidad Católica, la ORT, la Universidad de Montevideo, y todas las universidades privadas que hoy forman profesionales y generan conocimiento aplicado.
El LATU, la ANII, el Uruguay Innovation Hub y otros organismos ya creados deben integrarse a este esfuerzo. La clave es sumar, no superponer ni desplazar.
Finalmente, Uruguay no puede pensarse en soledad. Necesitamos relaciones sólidas con los ecosistemas de innovación más avanzados del mundo.
Esto significa generar convenios, intercambios y programas que permitan a nuestros estudiantes, investigadores y emprendedores insertarse en redes globales, aprender de los mejores y traer ese conocimiento de vuelta al país.
Sin una apertura internacional, el sistema corre el riesgo de volverse endogámico y rezagado.
Sobre todo, esta Secretaría debe ser el resultado de un acuerdo político nacional. No puede quedar limitada a la voluntad de un partido ni a la duración de un período de gobierno.
La ciencia, la innovación y la tecnología son demasiado importantes como para que cada cuatro años se reinvente todo de nuevo.
Hace falta un pacto de Estado que integre a todas las fuerzas políticas y que garantice continuidad. Solo así Uruguay podrá construir un sistema de ciencia e innovación sólido, previsible y con impacto real en el desarrollo del país.
La creación de la Secretaría es una buena decisión. Pero para que no sea solo un cambio de nombre, hace falta algo más grande: continuidad política, agilidad real, inversión en infraestructura, una mirada al interior, participación de todas las universidades, integración de ANII, LATU y demás instituciones, alianzas con privados y proyección internacional.
Uruguay tiene la oportunidad de transformar el conocimiento en desarrollo. La pregunta es si esta vez lo haremos de verdad, o si dentro de cuatro años volveremos a empezar de cero.